El principito

De alguna manera, hemos “cosificado” la existencia. La abundancia material en muchos casos ha servido para que el ser humano se repliegue sobre si mismo. El no depender, la autosuficiencia aparente en lo económico hace que el hombre busque la felicidad en ese hacer cosas, consumir cosas. En ocasiones vamos a toda velocidad transitando por caminos que conducen a ninguna parte. Como comenta un conocido mio, “no se lo que haceis, pero eso sí, a toda velocidad”. El progreso, -¡cuánto hemos avanzado!- se cumple en lo económico, pero la gran pregunta es la de siempre. ¿El hombre de hoy es más feliz?. Porque, no nos engañemos, el verdadero índice del progreso es progresar en el bien mas anhelado por el ser humano; la felicidad. Pero no se si nos ocurre lo que relata Saint-Exupery en boca del Principito: “los hombres, se encierran en los rápidos, pero no saben lo que buscan. Entonces se agitan y dan vueltas...... y agrega..... No vale la pena....”. Habría que pensar en recuperar el sabor de lo sencillo, de lo ordinario “soy hombre de pueblo, de tertulia de café, de mesa de camilla”, decía Antonio García Barbeitio en la entrega de los premios ATEA. Y es que hablar, comunicarse, es un ejercicio sencillo, pero necesario y totalmente estimulante. Al menos para saber que aquello que nos preocupa, aquello que nos inquieta, inquieta y preocupa a la mayoría de la humanidad. Para descubrir que, lo nuestro, -eso tan importante-, resulta que es lo mas común. Que no somos nada originales. Pero para descubrirlo, hay que hablar, hay que perder el tiempo. “ El tiempo que perdiste con la rosa, hace que tu rosa sea tan importante”, vuelve a decir Saint-Exupery por boca del Principito. Y a vueltas con el mismo libro, no queda mas remedio que ver a él para rematar el artículo. Vean Vds. “ Las personas mayores aman las cifras. Cuando les habláis de un nuevo amigo, no os interrogan jamas por lo esencial. Jamas os dicen. “¿Cómo es el timbre de su voz?. ¿Cuáles son los juegos que prefiere?, ¿Colecciona mariposas?”, en cambio os preguntan, “Que edad tiene?, ¿Cuántos hermanos tiene?, ¿Cuánto pesa?, ¿Cuánto gana su padre?”. Solo entonces creen conocerle. Si decís a las personas mayores: “He visto una hermosa casa de ladrillos rojos con geranios en las ventanas y palomas en el techo...”, no acertaran a imaginarse la casa. Es necesario decirles: “He visto una casa de cien mil francos”, entonces exclaman: “¡Que hermosa es!

 

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