Os queremos con nosotros

Una de las peores consecuencias de una crisis económica como esta de nunca acabar es que, además de todos sus dramas personales de paro, pobreza y desesperación, rompe muchos de los lazos que forman eso que Thatcher decía que no existía y que llaman sociedad. Ha quebrado vínculos entre representantes políticos y ciudadanos representados, entre trabajadores y empresarios, entre trabajadores y sindicatos, entre ciudadanos y policía...

Algunos de estos lazos llevaban años sufriendo una gota china y ha habido quienes han aprovechado para reventarlos a golpes de pico y pala. A mí, nacido en Madrid de padres castellanos, me duelen sobre todo los lazos que se han podrido entre muchos españoles catalanes y los españoles de otras tierras de España.

Hay quienes se hinchan de indignación y sueltan discursos solemnes sobre leyes y bombardeos para reaccionar al órdago de una parte de Cataluña que quiere romper con el conjunto de los españoles. A mí eso no me sale. Sólo me sale tristeza y rabia: la tristeza y la rabia que me provoca el darme cuenta de todo lo que se ha destruido entre ciudadanos y todo lo que podríamos estar construyendo todos juntos si no lleváramos tantos años gastando tiempo, dinero y fuerzas en preguntarnos ante un espejo de dónde venimos y adónde vamos.

No sé lo que pasará el 27 de septiembre ni después de las elecciones. Tampoco tengo idea de lo que harán los iluminados y los inútiles que nos gobiernan desde instituciones autonómicas y nacionales. No sé que estrategias políticas ni qué argumentos jurídicos utilizarán. No es mi intención dar ese tipo de lecciones, sino pedir a tantos ciudadanos que creen que esto que llamamos España (o “en-este-país”) aún merece la pena, que hagan lo que puedan por evitar la ruptura. Porque el futuro de Cataluña dentro de España depende también en parte de cómo actuemos cada uno del resto de españoles.

Como he dicho antes, quien esto escribe es madrileño, nacido en ‘Madrit’, residente en la capital opresora desde que nació e hijo de castellanos. Sólo he estado una vez en Cataluña, en Barcelona, y a eso se reduce mi experiencia en esa tierra. Ya me gustaría haberla vivido mucho más.

En los últimos dos años he hablado con muchos catalanes y he podido tener confianza con unos pocos. Algunos son del PP, otros socialistas e incluso algunos rallando en nacionalistas. Los hay descendientes de andaluces y gallegos que llegaron a Cataluña hace 50 años para trabajar y dar un futuro mejor a sus hijos. Conozco catalanes “de rancio abolengo”, del interior, de la “terra”, la Cataluña profunda, mientras que otros son de Barcelona y de la corona metropolitana. Castellanohablantes, catalanoparlantes y, sobre todo, los que tienen la inmensa suerte de poder saltar con naturalidad entre estas dos lenguas españolas en una misma conversación. Estoy convencido de que la mayoría se inclina por no irse. No desea romper, no quiere dar la espalda al resto de españoles. Muchos de ellos no tienen ningún problema con el resto de España.

Otros, aunque la cabeza les pide oponerse al viaje al País de Nunca Jamás con Peter Mas y sus muchachos, callan porque han visto y ven con la nariz arrugada algunos ejemplos de paletismo-nacionalismo “ejpañol”.

Diréis, madrileños, castellanos, aragoneses, valencianos, andaluces, gallegos, canarios, vascos, asturianos... que no hemos hecho nada malo. Pero acordaos de los chistes de catalanes tacaños y agarrados, la cara de asco instintiva al oir hablar catalán y el “aquí se habla español, que esto es España”, el “Puta Cataluña” en los campos de fútbol, los tuits repugnantes en el accidente del avión de Germanwings que salió de Barcelona, el boicot al cava y a otros productos catalanes. Desgraciadamente en estos años se ha oido y se ha visto mucho más a los paletos cargados de resentimiento y boina de ambos lados del Ebro que a la mayoría que siente a los otros como compatriotas.

Nunca ha sido una opción, pero menos ahora: es nuestra obligación, la de los españoles que no queremos romper, hacer todo lo posible por imponernos al ruido y al barro y que se sepa que tota Espanya estima a Catalunya. Que los catalanes son unos más, tan españoles como el resto. Que los queremos, y los queremos con nosotros.

 

Que amamos sus tierras, sus costumbres, sus fiestas, sus platos, sus castellers, sus pueblos y ciudades, su cava y todos sus productos. Que amamos y respetamos la lengua catalana porque, aunque la mayoría no la hablemos (pero sí muchos millones de españoles), la consideramos nuestra; sí, nuestra, tan nuestra como el castellano que todos compartimos, como son nuestras todas las lenguas de esta mezcla de historias que es España.

Catalanes, os decimos que os queremos y os queremos con nosotros porque no nos resignamos a quedarnos sin sardanas, sin Gaudí, sin el pan amb tomaquet y sin Freixenet. Os queremos con nosotros porque no es justo que pretendan haceros extranjeros en una tierras que son vuestras. Compatriotas, conciudadanos catalanes, no dejéis que os convenzan de que Cervantes, Dalí, Juan de la Cierva, Unamuno, Elcano, Fray Bartolomé de las Casas, San Ignacio de Loyola, Clara Campoamor o Ramón y Cajal fueron extranjeros sin nada que ver con vosotros. Porque no podéis dejar que os engañen para creeer y para querer que debéis ser otro país que este en el que se reúnen el Teide, las Islas Cíes, Sierra Nevada, el Teatro Romano de Mérida, el Ebro al pasar por el Pilar de Zaragoza, la Giralda, la Playa de las Catedrales, el Mar Menor, el acueducto de Segovia, el Monasterio de Fitero, Formentera, la Alhambra, Ceuta, Melilla, el Alcázar de Toledo, el Guggenheim, el Miguelete de Valencia, los viñedos de La Rioja y las marismas del Guadalquivir.

Nosotros, el resto de españoles, no os robamos, porque no es Cataluña quien paga impuestos, sino cada ciudadano catalán (como cada canario y cada murciano) quien paga impuestos según su renta y patrimonio. No os despreciamos ni os odiamos, porque son cientos y miles los catalanes que trabajan en otros puntos de España, y son muchísimos los catalanes a quienes admiramos por hacer que en el extranjero se hable -y se hable bien- de España, ya sea por lo que hacen en una cancha de baloncesto o en una mesa de operaciones como cirujano.

Los españoles del resto de España no nos hacemos a la idea de que los siete millones y medio de españoles de Cataluña os vayáis. Porque os sentimos hermanos. Porque sin vosotros España ya no sería España. Porque no estamos dispuestos a que nos extirpen una parte de nosotros. Porque os queremos, porque os necesitamos. Porque queremos seguir juntos y mejor. Porque lo que hagamos en los próximos años y en las próximas generaciones nos gustaría hacerlo con vosotros. Porque hace unos 400 años dijo Quevedo, y tenía razón, que “uno a uno, todos somos mortales”, pero “juntos, somo eternos”.

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