El supuesto del autoengaño

Se suele decir a menudo que el ser humano es grande por su inteligencia, por lo que es capaz de hacer, por su libertad, por su condición de único e irrepetible. Pero se hace más grande aún cuando utilizando esas cualidades, es capaz de crear algo en beneficio de sus semejantes; cuando aprendiendo de sus errores hace posible un contexto histórico-social a partir del cual otros pueden seguir mejorando. Es más grande cuando mirándose a sí mismo, hace autocrítica de su propia existencia, de su propio ser, de su trabajo, de sus relaciones con los demás, de su actitud ante las distintas circunstancias que le tocan vivir… Cuando enseña a otros en poco tiempo lo que a él le ha costado toda la vida aprender.  

Pero al mismo tiempo también es muy pequeño. Lo es cuando se deja llevar por las cosas banales, cuando se deja dominar por las apetencias, cuando egoístamente solo se mira a sí mismo, cuando se hace preso de su propia libertad… El ser humano es capaz de realizar las proezas más admirables y al mismo tiempo las acciones más despreciables.  

Hace tan solo unos días, cientos de miles de personas de todo el país nos manifestamos en la capital de España para defender lo más sagrado que puede una persona defender: la vida. Fuimos la voz de los sin voz, de todos aquellos que injustamente fueron eliminados porque estorbaban; de todas aquellas madres que en su día les hicieron creer que tenían el derecho de decidir sobre otro ser humano, y que ahora cargan con un pesado lastre que les acompañará de por vida. Todo el mundo está de acuerdo en que no existe absolutamente ninguna razón humana que le pueda negar a un niño su derecho a la vida. El problema viene cuando años, meses o semanas antes, el niño es un feto, o tan solo un embrión, o incluso unas células, es decir, todo es cuestión de unos pocos meses. Si matas a un bebé te llamarán asesino, pero si matas un feto no ocurre nada; en nuestra legislación actual la embarazada tiene ese derecho sin límite de semanas bajo el supuesto de “peligro para la salud mental de la madre”. 

Pero todo es autoengaño, ni siquiera eso es una razón. El “peligro para la salud mental de la madre” tiene su límite cuando comienza el “peligro para la salud física del feto”. El miedo no es una razón, la comodidad no es una razón, la presión familiar o social no es una razón, la edad de la madre no es una razón, las circunstancias que se hayan sucedido previas al embarazo no son una razón. El derecho de la madre finaliza cuando comienza el derecho del hijo, y nadie puede encontrar una razón para aniquilar la vida de quien más le va a querer mientras viva; porque en este mundo terrenal solo hay un amor más grande que el de una madre por su hijo, y es el amor de un hijo hacia su madre.   

El aborto marca a la persona de por vida, deja un vacío permanente, causa un daño psicológico muy difícil de superar y divide a las familias… Es ahí donde está el verdadero peligro para la salud mental de la madre. Cada vez que se practica un aborto, un ser humano es asesinado por el egoísmo de ningunear sus derechos, gracias a unos “derechos” de la madre, que en los últimos años se han denominado “supuestos”. Qué responsabilidad más grande la de aquellas madres que van a optar por el aborto; qué responsabilidad más grande la de aquellos padres que presionan a sus hijas menores de edad, para que acaben con su embarazo, y qué gran responsabilidad la de todos aquellos médicos que un día decidieron cambiar su juramento hipocrático, por un juramento hipócrita. 

Mujer, tengas la edad que tengas: Si te planteas abortar, piensa ante la duda, que la vida es lo primero, y que gracias a que a ti no se te ha negado, ahora puedes decidir si optar por la realidad de la grandeza del ser humano, o por la de su pequeñez.   

    

 

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