El verano de acaba...

Los indicios surgen por doquier, más allá de los calendarios. Las urbanizaciones se van apagando, las casas encendidas son menos cada día. La piscina, triste, se muestra esquiva, casi arisca. La playa vacía ha perdido juventud, y los bañistas parecen mirar sus relojes para comprobar cómo terminan estas jornadas festivas. La gota fría se avecina. La excavadora limpia el cauce del Río Seco.

El transcurrir de los días deja sus huellas, hasta en esas chanclas que se rompen dado que parecen programadas para sólo un verano. Y ese tenue retraso en el amanecer y adelanto del anochecer son muestras inexorables que te van diciendo: "Tus vacaciones son historia, muchacho".

Han sido muchas y variadas las despedidas. Unos se han ido antes; otros, lo harán después. Un clamor interior te dice: "¡No te vayas, quédate!". Pero el ti-tac del almanaque no perdona. Mañana, de viaje. Pasado, de llegada. Pasado mañana, lunes uno de septiembre, a encontrar el portal, y el piso donde trabajo. Y entrar preguntando: ¿A qué nos dedicamos en este negociado? Un poco de humor, para sobrevivir...

Ya sólo queda un año para volver a... donde vivo. Porque vivir, lo que se dice vivir, vivo en Alicante aunque sólo pase allí unos pocos días al año...

 

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