Mi libro, compañero del alma

El Grupo autonómico de Ciudadanos en la Comunidad ha sacado pecho y se ha adjudicado este logro que, según cálculos hechos por su portavoz, va a suponer un ahorro medio por familia de 300 euros, lo cual para una gran mayoría de madrileños supone un alivio en su economía y un cierto respiro en las fatídicas horas de cada septiembre cuando los escolares de Madrid inician el curso.

No se trata de minusvalorar aquí esta para muchos anhelada aspiración que ofrece la radical contrapartida de que los alumnos madrileños no podrán conservar sus textos y entrarán masivamente en ese mundo cada vez más numeroso de jóvenes sin apego al libro propio y a la posibilidad de ir construyendo una biblioteca personal que para muchos, entre los que me cuento, ha sido intransferible.

Con mi experiencia acumulada y la permanente compañía de los libros de texto que he ido acumulando tanto en el Bachillerato como en la carrera de Derecho, si me dieran la posibilidad de disfrutar de libros gratis, me pensaría mucho si es aconsejable seguir este camino. Una biblioteca es algo tan propio y oportuno que no se puede demorar en el tiempo, ni constituir con retazos familiares o producto de aluvión. Mis viejos textos de Bachillerato de Literatura y de Geografía e Historia, española y universal, son puntos de referencia y, sobre todo, fueron embrión de lo que hoy es, en muchas ocasiones, mi mejor compañía. Los textos de Derecho Civil de don José Castán o las lecciones recogidas en el Derecho Procesal de Herce y Gómez Orbaneja no son sustituibles, y mucho menos minusvalorables. El Francés recopilado en la editorial burgalesa de Santiago Rodríguez por Tarsicio Seco y Marco se hace referente y trae a la mente respeto por aquellos viejos y admirables profesores que nunca recurrían a apuntes ni por supuesto podían haber anticipado la magia igualitaria y perezosa del mundo digital.

Madrid, y supongo que otras comunidades, dan un paso más y aligeran a muchas familias de unos costos significativos para sus economías. Para otras, seguramente los menos, la gratuidad es solo una dádiva. Sin embargo para todos, unos y otros, la ausencia del libro como compañero, referente y guía puede constituir a largo plazo entrar en ese batallón de la cultura oral, del apremiante mundo de los 140 caracteres, de la superficialidad y de la menor exigencia. Desde otros parámetros habría que recordar aquí al viejo maestro Umbral cuando exclamó: “Yo vengo aquí por mi libro”. Yo también quiero mi libro, aunque lo hayan escrito otros.

Luis Ángel de la Viuda 

luisangeldelaviuda@gmail.com

 
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