El derecho a morir dignamente

Hace un par de semanas leí en la portada de El País que Francia estaba abriendo la puerta a la "muerte digna". Me pareció un eufemismo. ¿Cuándo es "digna" una muerte? ¿Es que no fue digna la horrible muerte de Jean Moulin, socialista, héroe de la resistencia francesa, que fue torturado hasta morir por los nazis por no delatar a sus compañeros? ¿Por qué se equipara "muerte digna" a muerte sin dolor? El dolor, el sacrificio, puede dignificar toda una vida que pudo ser comenzar siendo indigna. A cuántas personas se les perdona todo lo que han hecho por un último gesto de heroísmo. ¿Por qué no se puede mirar al enfermo también desde la óptica del héroe? Alguien que, con sus dolores finales, nos da un ejemplo de grandeza, de resistencia ante la adversidad, de humanidad, en una palabra.

Pero claro, resulta que la eutanasia es matar a alguien cuando lo pide él. Tampoco me convence. Para empezar, porque cuando se transige en matar porque la persona lo quiere, se acaba matando también a los que no quieren. El caso de Holanda es paradigmático, con muchas eutanasias al margen de la ley y con protocolos oficiales sobre cuándo se puede matar a un niño con grandes sufrimientos... si los padres –no el niño- consienten.

En segundo lugar, porque no cambia la valoración ética de la acción de matar cuando la persona que va a morir consiente en su muerte, de igual manera que usar enanos en las discotecas no deja de ser indigno porque los enanos se presten voluntariamente a ese juego macabro. Lo malo de matar es que se termina con la vida de un semejante, de un ser humano, no que se haga sin permiso. Lo malo de matar es que privamos al mundo de algo grandioso, de un fenómeno de la naturaleza irrepetible, capaz de muchas maravillas, la mayor de las cuales es amar, algo que el enfermo dolorido puede seguir haciendo, a pesar de sus dolores, hasta el segundo antes de expirar.

En tercer lugar, me juego el cuello a que un enfermo presa de dolores espantosos no quiere morir. Principalmente quiere que le quiten esos dolores y eso, hoy en día, es posible, en la gran mayoría de los casos. Además, si el enfermo está harto de vivir, ¿por qué no darle alegría de vivir? Me da en la nariz que cuando se quiere hacer apología de la eutanasia se nos presenta al suicida rodeado de sus familiares, todos felices con la mortal decisión que aquél ha tomado pero, ¿cuántos que piden la eutanasia son personas que piensan que sobran en este mundo, dejados de lado por sus hijos, que se creen inútiles, que creen que marchándose antes de tiempo están haciendo un favor a los demás? ¡Un favor a los demás! ¿Desde cuándo se nos hace un favor quitándonos a alguien que podría guiarnos con su experiencia, con la sabiduría de los años, aunque sólo sea en los días que le queden junto a nosotros?

Llegados a este punto, me parece justo hacer una distinción entre eutanasia (o suicidio asistido) y cuidados paliativos. Estos últimos son técnicas médicas que pretenden, simplemente, aliviar el sufrimiento del paciente. En algunas ocasiones, la administración de medicamentos cuyo fin –y el de los médicos que los administran- es hacer desaparecer el dolor, puede acortar la vida, indirectamente, pero con conciencia del resultado que se puede producir. No creo que la administración de estos medicamentos o la aplicación de estas técnicas, en los casos descritos anteriormente, tengan la misma valoración ética que la muerte por eutanasia. En este caso se pretende matar, pura y simplemente y en el otro se pretende hacer un bien al paciente con un riesgo añadido que se asume.

Tampoco creo que la eutanasia sea lo mismo que evitar el encarnizamiento terapéutico. Me explico: en ocasiones un tratamiento se puede prolongar mucho en el tiempo, sin que esté clara la conveniencia de tamaña prolongación, porque puede que el enfermo, aunque se prolongue su vida, padezca mucho durante lo que le quede de ella, debido a la enfermedad. Una situación parecida, a mi juicio, es la del enfermo que está vivo pero que no puede mantenerse vivo a sí mismo, ni siquiera con ayuda de los demás que, por ejemplo, le dan de comer y de beber. En esta situación estarían, a mi juicio, vuelvo a repetir, los "enchufados" a un pulmón artificial.

La vida es algo maravilloso, pero no es un valor absoluto. Si lo fuera, no existiría la posibilidad de matar en legítima defensa. En las situaciones descritas en el párrafo precedente, la interrupción del tratamiento, con la consecuencia prevista de la muerte del paciente, tampoco se deberían equiparar a una eutanasia, porque para salvar una vida no se pueden emplear medios desproporcionados. Si hubiéramos de considerar asesinato cualquier muerte que se hubiera podido evitar, sin dar entrada a otras consideraciones –por ejemplo, económicas-, algunos Estados serían cómplices de muchas muertes de sus ciudadanos, fallecidos porque el Estado no tenía –materialmente- medios para mantenerlos con vida.

Estamos en una época que aborrece la vida y santifica el placer. Es más, hoy, vida equivale a placer continuado. Sin embargo, la vida es una mezcla misteriosa de placer y dolor. Negar uno de los dos, es negar una de las realidades presentes a lo largo de toda la vida. Ni todo placer es bueno, ni todo dolor es malo. Si lo fuera, pasar una hora en el gimnasio o hacer dieta por prescripción medica serían actividades inhumanas.

En el fondo de la ideología que persigue la eutanasia hay una sublimación de la voluntad del individuo y la idea de que existan vidas que merecen la pena vivirse... y vidas que no; un planteamiento que está en la base de la eugenesia, una doctrina que, por desgracia, se ha empleado con anterioridad pero que los adversarios de la eutanasia se cuidarán muy mucho de usar como ejemplo, ¿o no? (http://en.wikipedia.org/wiki/Eugenics)

 

Nicolás Zambrana Tévar es profesor de Derecho internacional privado de la Universidad de Navarra.

Portada
Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato