Están ocurriendo cosas muy graves

Las cosas graves son muchas. Empezando por el primum vivere, la gente en paro, la que vive casi solo con lo puesto. Pero hay otro tipo de indigencia menos visible: la de pensamiento crítico, la de la ausencia de lucha por la libertad individual, sin caer en las trampas de las identidades (caso Cataluña) o de los prestidigitadores del populismo.

Después, la corrupción política. Bastaría con un caso –pero hay cientos- para que ya diera asco.

Se añade la idea, muy metida en el inconsciente colectivo, de que vale todo, de que las cosas se justifican por el hecho de darse. No hay consenso en unas mínimas normas morales, cada uno se fabrica la propia ética a su gusto, sin caer en la cuenta de que, admitiendo esto, se justifica la corrupción o cualquier otro chanchullo.

Estamos es una cultura de máscaras, donde se admite con facilidad la contradicción. Iglesias dice que su partido cabalga las contradicciones, pero los demás partidos, sin decirlo, también lo hacen. Me pongo una máscara para defender, por ejemplo, la tan traída unidad de España y otra para decir que hay que permitir que cada terruño elija si quiere seguir con los demás. Cultura de carnaval.

Los políticos que dicen nunca nunca nunca, luego dicen sí, sí, sí. El que era chavista hasta los tuétanos se nos hace socialdemócrata danés. Los políticos se han dado cuenta de que sus contradicciones no pasan factura.

Es verdad que la mayoría de la gente común, la gente que trabaja y cuida a su familia, hacen que cada día el país funcione. Los profesionales de la educación, la sanidad, el transporte, la acogida al turista, la comida... cumplen bien, como en las demás profesiones y oficio.

Pero en medio de eso, que es verdad, el país se desfibra, confiando en soluciones “políticas”, cuando la solución viene por la suma del trabajo real de cada persona y de una educación que le permita no tragarse los cuentos de hadas de la utopía.

 
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