Qué hay que reflexionar

Primero: ¿voy a votar o no? En buena democracia, la abstención es una respuesta como cualquier otra, pero no cualquier abstención; la abstención por dejadez, vagancia o comodidad no está bien. Cuando se les exige a los políticos que cumplan, hay que cumplir también acudiendo a las urnas.

Segundo: ¿a quién voto? Cada cual que decida. Únicamente comentar que un voto que nazca solo de las vísceras, da igual que sea el corazón, el hígado o las gónadas, no suele ser bueno.

Parece probable que, después de estas elecciones, en política se entre en España en un escenario distinto. Unos lamentarán el bocado al bipartidismo, otros se alegrarán de que haya más gente en juego. Pero algo está claro: la cantidad no hace la calidad. Puede ser que en lugar de un juego de dos resulte un juego de tres o de cuatro. Pero nadie asegura que no se equivoquen todos a la vez.

La esperanza es que el revulsivo que estas elecciones significarán sirva para que los politicos aprendan otros modos y maneras: control riguroso del dinero, que evite los chanchullos y los choriceos; cercanía a la gente; lenguaje más claro y directo; supresión de ese repugnante costumbre de insultar al contrario; y, sobre todo, no creérselo.

Gracias a las elecciones del domingo seán miles los que se sentarán en escaños de alcaldes, concejales o diputados autonómicos. Que recuerden lo que escribió Montaigne: “Aunque estemos sentados sobre el más alto trono del mundo, no por eso dejamos de estar sentados sobre nuestro culo”.

 
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