El virus de la desunión

Unamuno, Machado y tantos otros escribieron sobre esa vena cainita que hay en España, con muestras como la malhadada guerra civil del 36. El emblema de ese odio está en la ruptura por parte de Caín de la unidad fraterna con Abel.

Ahora, en nombre de antiguas rencillas, en las últimas eleciones generales, más de seis millones de electores, conscientes o no, se decantaron por partidos partidarios de desunir al país o de poner esa unidad en discusión.

Es verdad que España es diversa y siempre lo ha sido. Pero la mayor diversidad posible, que es deseable, degenera si se rompe la unidad. La antigua sabiduría ya enseñaba aquello de “ex pluribus, unum”.

Una nación es, antes que nada, una cultura, pero las culturas y las civilizaciones, como escribió Valéry, son mortales. Una nación no es un fenómeno natural, que se da sin más, como una planta silvestre. Es preciso cultivarla, que es tarea de cada día o, como dijo aquel otro, “un plebiscito continuamente renovado”.

De pronto, no se sabe por qué, reaparece un deseo de destrucción, de derribar lo ya edificado, de un irresponsable borrón y cuenta nueva, que resulta ser una cuenta vieja. Parece que no se ha aprendido nada de la historia española del siglo XX y, por citar lo tan citado de Santayana, “aquellos que no conocen el pasado están condenados a repetirlo”.

Y, en fin, por citar también a Marx, de quien he tomado al principio la imagen del fantasma, hay sucesos que se dan primero como tragedia y después se repiten como farsa.


 
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