La máquina de desconfiar

Iván Redondo y Pedro Sánchez.
Iván Redondo y Pedro Sánchez.

Aquí lo único que falta es que Iván Redondo decida dejarlo todo y marcharse por causa de una oferta de trabajo mejor y/o por el olor a chamusquina que se percibe en la gestión del Gobierno, una vez que España ha entrado en recesión, el paro está disparado y el dinero europeo tardará todavía un tiempo en llegar. Y será no sólo insuficiente, sino que además habrá que devolver por lo menos la mitad, apretándole el bolsillo al sufrido contribuyente. Ese dinero europeo lo vamos a pagar entre todos.

Lo de marcharse ya lo practicó el asesor aúlico en otras ocasiones con otros asesorados, como Albiol y sobre todo Monago, poco antes de que se la pegaran, después de haber seguido sus consejos con demasiada afición: aumentar el gasto infinitamente, más contratados y más publicidad institucional, y/o eslogans parecidos a ‘saldremos más fuertes con la nueva normalidad’.

¿Quién es con toda seguridad el que va a salir más fuerte? Pues Iván Redondo cuando deje tirado a un Sánchez y al resto de los españoles, tiritando ante las presiones de unos y otros, como hemos visto con el pastón que ha tenido que pagar Sánchez a Urcullu para que asistiera a esa reunión de presidentes autonómicos en La Rioja, seguramente diseñada por el asesor como una campanada que saliera en todos los medios, para nada más que ocupar espacio informativo el día en que se conocían los datos del trastazo económico y social del primer semestre.

Cuando Sánchez hace aspavientos mediáticos y vaticina una larga legislatura, resulta que es el mismo día en que se dan a conocer los peores resultados de la historia. Cada vez que le aplauden, parecen intentar ocultar que la pandemia sigue, con sus muertos y sus positivos, con alarma o sin ella, porque está más descontrolada aún que en cualquiera de los países de alrededor.

Tal vez consiga así suavizar a alguno de los españoles que le votan, pero los turistas y los gobiernos extranjeros ya no se lo creen. Y no vienen, ni gastan,ni compran, con lo que el descalabro no para de aumentar. La presunta confianza inducida genera aún más desconfianza en la gente. Y así nos va.

 
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