Antisemitismo de París a Varsovia

Siguen produciéndose casos negativos en el país vecino, como uno reciente muy lamentable: la agresión a un chico de ocho años que llevaba la kipá en un lugar de Val-d’Oise. Pero la violencia disminuye en un 16%: señal de que, como se ha escrito con ironía, hay un antisemitismo sin antisemitas, pues prácticamente nadie alaba esa aberración. Más difícil resulta reconocer y, más aún, subrayar en la opinión pública que el mayor de los injustificables odios sociales sigue siendo la cristianofobia.

No es el caso de Polonia, donde el partido en el poder, promotor de la norma, trataría de proteger la imagen nacional frente a quienes llaman polacos a los campos de concentración, porque estaban en su territorio, aunque eran nazis.

No parece que la mejor defensa de una realidad histórica –siempre llena de matices y limitaciones- sea establecer penas a quien hable o escriba en sentido distinto al dominante o al consagrado en las leyes: normas tan poco respetuosas con la libertad de expresión como las denostadas por obligar o prohibir en algunos Estados americanos la enseñanza en la escuela de la teoría de la evolución. No hay necesidad alguna de legislar sobre las ciencias, tampoco las sociales o históricas: para eso existe, al menos desde Atenas, la propia crítica científica.

En el caso de Varsovia se repite, a mi juicio, el error de normativizar el uso de la lengua. Resulta tremendo, sobre todo si se valora desde una edad en la que no es infrecuente trabucarse: recomiendo habitualmente a los jóvenes que "traduzcan", no que protesten, ni menos aún denuncien a los jueces. Auschwitz fue un centro de exterminio en tierra polaca, pero ay de quien a partir de ahora use la expresión “campo de concentración polaco” para referirse a ese emblemático lugar.

La ley tipifica con amplitud crímenes que no pueden aducirse contra la nación polaca o la república de Polonia: delitos contra la paz y contra la humanidad, y demás crímenes de guerra cometidos por "nazis, comunistas, nacionalistas ucranianos o miembros de unidades ucranianas colaboradoras del Tercer Reich". Se circunscribe temporalmente: "entre el 8 de noviembre de 1917 y el 31 de julio de 1990". Y se excluyen las afirmaciones realizadas en el curso de una actividad artística o académica. Según la gravedad, se establecen multas y penas de hasta tres años de cárcel. Como en casos precedentes, se especula con que el presidente polaco Andrzej Duda utilice su competencia constitucional de no sancionar la ley, aunque hasta ahora más bien manifestó su perplejidad ante la reacción internacional.

Efectivamente, fue fulminante la protesta del Estado de Israel. Sus autoridades tampoco son finas en esto de respetar la libre expresión, pero acusan a la ley polaca de que “no ayudará a exponer la verdad histórica y puede perjudicar la libertad de investigación, así como evitar el debate sobre los mensajes históricos y el legado de la Segunda Guerra Mundial”. "No tenemos tolerancia para la distorsión de la verdad y la reescritura de la historia, ni para la negación del Holocausto", llegó a decir el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu.

Como suele suceder, también Washington se adhiere a Tel Aviv y señala su inquietud por las repercusiones en “los intereses estratégicos de Polonia y sus relaciones, incluida la de Estados Unidos e Israel”. Admirable reacción, cuando crece en los campus americanos la opresión de lo políticamente impuesto en tantas cuestiones que habían sido siempre discutibles y discutidas. Se confirma la tesis de Allan Bloom: el único mal es Hitler.

En realidad, cerca de 7000 polacos, más que los pertenecientes a cualquier otra nacionalidad, han sido honrados como Justos entre las Naciones, título otorgado por el memorial del Holocausto en Jerusalén a no hebreos que intervinieron de modos diversos contra el nazismo.

Afortunadamente, en Francia se ha producido en 2017 un descenso en las acciones racistas (518), antisemitas (311) y antimusulmanas (121): 950 frente a 1128 en 2016. En el resumen informativo, no se menciona a los cristianos, aunque se desglosan las profanaciones a sepulturas y lugares de culto, que venían aumentando año tras año desde 2008. Sigue siendo abismal la diferencia entre los ataques a cementerios y edificios cristianos: 878 en 2017 (949 en 2016), y los sufridos por los musulmanes: 72 y 85, respectivamente…

 
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