Aspectos políticos de la enseñanza de la religión en las escuelas rusas

Se celebra estos días en Moscú el juicio contra un grupo femenino punk, autor de gestos y cantos subversivos contra el presidente Vladimir Putin en el altar de la catedral del Salvador. Uno de los testigos presentados por la fiscalía afirma que acudieron al templo “para declarar la guerra a Dios y a la Iglesia Ortodoxa Rusa”. Las acusadas insisten, al contrario, en que sus motivos fueron sólo políticos: protestar después de que el patriarca Kiril pidiera el voto para Putin antes de las pasadas elecciones presidenciales. No se consideran enemigas de la cristiandad; más bien quieren que “los creyentes ortodoxos estén de nuestro lado, del lado de los activistas que se oponen al autoritarismo”.

Cuántas cosas han cambiado en la antigua URSS en relativamente poco tiempo. De la militancia atea y la persecución de los creyentes, se ha pasado a un Código penal que protege los “valores tradicionales de la Iglesia Ortodoxa Rusa”, y condena el “odio religioso”.

Pero no todo es positivo en un proceso político, en el que se limita cada vez más la discrepancia pública y se reduce la libertad de expresión. Putin está dispuesto a seguir avanzando en el rearme moral de Rusia, como escribí en ECD a finales de febrero. Según todos los indicios, cuenta con el apoyo del Patriarcado de Moscú para lograr sus objetivos.

En ese contexto se inscribiría también la progresiva recuperación de la enseñanza religiosa en las escuelas públicas. La influencia de la Iglesia Ortodoxa fue grande en la reforma de la ley sobre libertad religiosa: un paso adelante en un gran Estado, oficial y militantemente ateo en la mayor parte del siglo XX, pero con una consolidación de privilegios a favor de la confesión tradicional rusa y el desconocimiento jurídico del catolicismo.

Para mantener esa prioridad, pero reconociendo la existencia del ateísmo, y dando cancha a otras religiones, especialmente en zonas musulmanas, la asignatura que comenzará a impartirse en septiembre próximo recibe el nombre de “Fundamentos de las culturas religiosas y de la ética laica”. Se divide en varias opciones, para atender las enseñanzas de ortodoxia, islam, judaísmo y budismo, o simplemente de la cultura religiosa en general, o las bases de una ética laica.

Los programas comenzaron siendo optativos en una veintena de regiones desde 2009, con Medvedev como presidente y Putin jefe de gobierno. Ahora serán obligatorios en la enseñanza primaria, para alumnos de diez y once años. El problema más grave es la falta de libros y de profesores adecuados, incluso si se da a la nueva materia un acento más histórico que estrictamente teológico. Y no faltan opositores que temen que la disciplina, sin calidad académica, se transforme en instrumento de consolidación y difusión de las respectivas religiones, especialmente de la ortodoxa, a través de una renovada alianza entre trono y altar.

Quizá para salir al paso de esas críticas, el protodiácono Andréi Kuráiev, profesor de la Universidad Estatal y de la Academia Espiritual de Moscú, autor de un manual sobre cristianismo ortodoxo, se ha apresurado a matizar: "No hay lugar para propaganda religiosa en estas lecciones, ni tampoco para hacer llamamientos para participar en determinados ritos religiosos o aceptar dogmas particulares. Los libros de texto no deben incluir críticas a otras religiones, y no tienen que llevar una sola línea que se pueda usar como argumento en el debate sobre la superioridad de una religión sobre otra. La asignatura se debe afrontar desde un punto de vista laico".

En Londres hemos visto cómo atletas rusas se persignaban al modo oriental antes de comenzar sus pruebas. Pero la práctica semanal de la mayoritaria religión ortodoxa no llega al 3%. Y el 41% de los padres han optado por el módulo de ética laica. El futuro está abierto, y dependerá mucho de la acción de autoridades eclesiástica y civiles.

A corto plazo, sin embargo, muchos lamentan con razón que esa relativa apertura al fenómeno religioso se produzca en tiempos duros para el conjunto de los derechos humanos en Rusia. Por ejemplo, los draconianos controles sobre las ONG pretenden evitar acciones de oposición, en línea de fiscalización de elecciones, denuncias de la corrupción administrativa o protestas contra la falta de independencia judicial. Pero también intentan frenar la presencia de misioneros e iniciativas confesionalmente cristianas no ortodoxas. En el fondo, el Kremlin desea fortalecer los valores tradicionales rusos para frenar la disidencia. Y su postura en el conflicto de Siria confirma también su reticencia ante el progreso de la cultura democrática en sus ámbitos de influencia internacional.

 
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