Bill Gates escribe sobre África

Con frecuencia está centrada en conflictos regionales –agudizados con la expansión de la violencia islamista estas últimas décadas- o en problemas de escasez, pandemias y hambrunas. Por eso, tiene interés el texto que Bill Gates publicó recientemente en Le Monde. El domingo 17 de julio intervino en la XIV conferencia anual sobre Nelson Mandela en Pretoria. El diario de París publicó una adaptación de sus palabras, realizada por el propio Gates.

Una de las personas más ricas del mundo hizo su fortuna con Microsoft, como es sabido. Era el hombre fuerte de esa corporación cuando hizo su primer viaje a África del Sur, en 1993. Acudió de vacaciones con su mujer, Melinda, asociada hoy en la opinión pública a la mutua fundación que copresiden. En cierta medida, en el origen de todo, está ese país africano y su presidente Nelson Mandela, al que Gates conoció un año después, y reconoce como consejero y fuente de inspiración. Cuando viajaron por vez primera, sabían que ciertos lugares del continente eran muy pobres. “Pero una vez allí, lo que era sólo una idea abstracta se convirtió en una injusticia que no se podía ignorar”. A remediar esa situación han dedicado desde entonces muchos esfuerzos a través de la fundación.

Frente a quienes acentúan el retraso africano, Gates ofrece una visión optimista. Contra decisiones precedentes que asocian cooperación internacional con imposiciones maltusianas, afirma su confianza en el futuro, justamente porque el continente africano es el más joven del mundo, y los jóvenes tienen capacidad de innovación, porque no están aherrojados por los límites del pasado. Recuerda que él tenía 19 años cuando fundó Microsoft; Steve Jobs 21 cuando creó Apple; Mark Zuckerberg 19 cuando inventó Facebook. De ahí su entusiasmo ante la joven generación de empresarios africanos y sus prósperas start-up en los Silicon savannahs de Johannesburgo a Ciudad del Cabo, o Lagos y Nairobi.

La reflexión sobre modos de contribuir a que los prometedores jóvenes africanos sean auténticos artífices de su prosperidad, acelerando el ritmo de los avances, le lleva a señalar cuatro parámetros esenciales para el porvenir de África: la salud y la nutrición, la educación, las oportunidades económicas y el buen gobierno.

Aunque me consta que la fundación está ayudando a la financiación de investigaciones sobre la malaria –también en España-, a Bill Gates le preocupa de modo especial el VIH. Es lógico, porque entre los jóvenes existe más riesgo de sufrir el contagio del virus. Pero se queda corto en la soluciones -como si no hubiera considerado la experiencia de Uganda: mejor uso de los métodos de prevención disponibles, búsqueda de una vacuna eficaz o tratamientos sencillos que los pacientes pueda seguir con regularidad. Por otra parte, no ve difícil superar las causas de la desnutrición, que priva a millones de niños de su potencial plenitud física e intelectual.

En segundo lugar, se trataría de disponer los instrumentos adecuados para la plena escolarización, hacia una educación de calidad. Como es natural, piensa en la utilización práctica de la telefonía móvil. Por supuesto, cuenta con más inversiones de los gobiernos en universidades, para formar nuevas generaciones de científicos, empresarios, profesores y gobernantes.

En el ámbito de las oportunidades económicas para canalizar energías e ideas, espera mucho de los programas para el desarrollo de la agricultura. El objetivo global es pasar de cultivos de mera subsistencia a producciones con una posible actividad comercial floreciente. Unido a ese plan, debería ir un esfuerzo colectivo para disponer de más electricidad, y aumentar así la plena productividad económica.

Por último, le parece esencial que los países africanos mejoren decididamente en la gestión de sus finanzas públicas. No menciona, ni siquiera insinúa, los problemas derivados de la corrupción presente en tantos lugares. Se limita a plantear soluciones en términos positivos, confiando también en que las administraciones y los servicios públicos se aprovechen de las facilidades derivadas de los avances en tecnología digital.

No se refiere tampoco a los graves problemas que plantea la actividad destructiva de las diversas formas de Estado Islámico, que no deja de manifestar su impulso para hacerse con el poder en tantas naciones: bastar pensar en Libia, Sudán, Argelia, Mauritania, Túnez, Chad, Mali, Burkina, Níger, Camerún, Nigeria, Somalia...

 

Por lo demás, aunque se entiende y aprecia la preocupación por ayudar al continente más pobre, no se debe olvidar que África no es una realidad unitaria: es un conjunto de 54 países, con 54 votos en la ONU y organizaciones internacionales, y muchas diferencias culturales y étnicas entre sí, no menores en el plano económico.

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