Cambio climático con o sin relevo político en Washington

Uno de tantos problemas de entidad omitidos en la campaña presidencial de Estados Unidos ha sido la cuestión del calentamiento global. Lógicamente, la devastación producida por el huracán Sandy no podía ser ya tema para el debate entre los candidatos. Pero el cambio climático debía haber sido abordado antes y después por los líderes del planeta.

No es la primera vez en la historia reciente que la destrucción natural llega al noreste americano. Estos días se ha evocado el "gran huracán" de 1938, con un récord de más de 200 víctimas morales. Y los producidos luego en 1954, 1955, 1972 y 1999. La realidad es que la lista crece, con un ritmo cada vez más acelerado; además, la catástrofe se ha producido en un año en que los Estados Unidos habían sufrido la peor sequía de los últimos cincuenta años: esta realidad invita a repensar a fondo las consecuencias para el medio ambiente del progreso humano.

Tras la sentencia italiana contra los sismólogos que no acertaron en sus previsiones sobre el terremoto que asoló L'Aquila, los científicos se van a volver más cautos aún antes de hablar del porvenir. El cambio climático ha sido objeto de abundantes debates, con evidente mezcla de planos. Pero no todo parece alarmismo. Como sucede en el conjunto de la crisis económica global, se impone estudiar con más profundidad las causas de lo que sucede, y las posibles consecuencias en un futuro más o menos inmediato.

En este campo, como en tantos otros, no hay certezas apodícticas, sino sólo probabilidades. Pero no parece que las grandes potencias económicas mundiales puedan esconder sus responsabilidades. En Washington, el presidente Obama trasvasa el incumplimiento de sus promesas a la obstrucción de los legisladores republicanos. Y viceversa. Algo semejante sucede en los foros internacionales, con la tensión entre países de diverso nivel de desarrollo: cuando se alcanzan acuerdos, su entrada en vigor suele fijarse en la práctica para unos cuantos después, y la fecha se revisa en sucesivas conferencias, con la correspondiente dilación.

El último día de octubre, el editorial de Le Monde se refería a la posibilidad de que Sandy despertase a Washington; recordaba que los estadounidenses están cada vez más preocupados: el 70%, según un estudio de la Universidad de Yale, cree en la realidad del cambio climático. Y más de la mitad lo atribuyen a las actividades humanas.

Basta pensar en la reducción de la capa de hielo en el Ártico: el derretimiento de este año es superior al de cualquier año precedente, al menos desde que se cuenta con registros por satélite (desde 1979). Pero las reacciones son típicas: desde científicos de Cambridge o Rutgers que cambian de postura (a favor del cambio climático), hasta los que valoran las ventajas: la fusión del hielo podría ofrecer nuevas rutas de navegación, con un acceso más fácil al petróleo y a diversos minerales..., que contribuirían a calentar más el planeta y a acelerar la desaparición de la capa helada del norte.

Sin embargo, según un estudio internacional y pluridisciplinario publicado en la revista Science a comienzos de año, bastarían algunas medidas, relativamente sencillas y económicamente asequibles, para mitigar el calentamiento global. La clave sería la reducción del metano y del polvo negro en suspensión en la atmósfera, como consecuencia de combustiones incompletas. Proceden, sobre todo, de países emergentes como India y China, y juegan un papel importante en la incidencia de enfermedades respiratorias y cardiovasculares, así como en el aumento de las temperaturas medias. Según los científicos, su concentración en la atmósfera puede disminuir muy rápidamente, a diferencia de lo que sucede con el CO², que permanece al menos un siglo.

Los autores proponían medidas para reducir las emisiones, como el establecimiento de sistemas de recuperación de metano en minas de carbón o en instalaciones petrolíferas, la mejora de las redes de transporte del gas natural, la gestión de las deyecciones animales, el drenaje habitual de los campos de arroz, la generalización de filtros en los vehículos diesel, la sustitución de hornos y estufas tradicionales, o la mejor regulación de las quemas controladas en los bosques. En el fondo, serían soluciones paliativas, para ganar tiempo, mientras no se llega a acuerdos sustanciales para la reducción del CO².

Pero los márgenes de incertidumbre no tienen por qué frenar la promoción de políticas públicas comprometidas, especialmente en el mundo occidental y en los países emergentes. Tras el 6 de noviembre, Estados Unidos debería superar el actual compás de espera.

 
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