En China la economía precede con mucho a la política

Como se esperaba, las conclusiones difundidas desde la cúspide hablan sobre todo de reformas económicas, para seguir avanzando en el desarrollo y consolidación de la economía de mercado.

El nuevo líder continúa en la estela incoada en 1978 por Deng Xiaoping: archivó la lucha de clases y traspasó el protagonismo a la modernización pragmática de la vida económica y social, siempre bajo la guía del partido. Constituyó un gran golpe de timón, tras el fracaso de la Revolución Cultural, sólo elogiada por algunas izquierdas europeas.

Desde entonces, se han ido desmontando empresas estatales, y se han puesto los cimientos de un sistema bancario moderno. El avance resulta ostensible, aunque permanecen graves tensiones sociales, sobre todo, por la palmaria desigualdad entre las zonas urbanas y las rurales.

Ahora se trata, según el comunicado de clausura del pleno, de “abordar correctamente las relaciones entre el gobierno y el mercado, para que este último juegue un papel decisivo [adjetivo subrayado por los analistas] en la asignación de los recursos”. Se concede al fin la misma importancia al sector público y al privado. Seguramente, en las próximas semanas se irán publicando objetivos más concretos, por ejemplo, sobre la reforma de las empresas públicas y la apertura de los grupos estatales a capitales privados.

Se precisará también lo anunciado ahora sobre la flexibilización de la política del hijo único, establecida en 1979, y se confirmará la abolición del arcaico residuo revolucionario de los campos para reeducación por el trabajo: desde 1957 se podía enviar allí a gente sin juicio o decisión judicial; se justifica ahora como herramienta contra la pequeña delincuencia, pero era utilizada también contra cualquier ciudadano que reclamase algo a la autoridad local o regional. Queda pendiente también la reforma penal, que reducirá los tipos delictivos sancionados con pena de muerte. Está por ver si se avanza en mayor transparencia, indispensable para arrumbar la corrupción expandida por todas partes. Todo, sin rechazar explícitamente el maoísmo, ni la supremacía del partido en la vida pública, comprometido en “la profundización de las reformas globales”.

Esperarán de momento las reformas políticas de entidad. A pesar de la represión, el desarrollo económico hace crecer las reivindicaciones en materia de libertades y derechos humanos. Muchos chinos con formación cultural  auténtica clase media  plantean la necesidad de la participación, especialmente a través de Weibo, la gran red social equivalente al Twitter occidental. Pero, como titulaba Le Monde el 13 de noviembre, el partido defiende “apertura económica, cierre político”.

El partido sigue empeñado en duplicar la renta per capita en la década actual, con un crecimiento medio de al menos un 7% anual, a pesar de recientes ralentizaciones. Pero el gran riesgo es el avance de la desigualdad: aunque se reduce el número de pobres, aumenta demasiado el de millonarios.

Los más ricos –no es paradoja , se sienten tentados por la emigración, a causa de la inseguridad profesional y política, así como por el deseo de mejorar la educación de los hijos. No se excluyen razones medioambientales derivadas del aire cada vez más irrespirable en grandes ciudades.

Los internautas parecen dispuestos a dar la batalla, a pesar de las leyes represivas, tanto contra los pequeños blogs que difundan “informaciones falsas” a más de 500 personas, como contra los grandes defensores de los derechos humanos, seguidos por miles de personas. De acuerdo con esquemas clásicos en batallas contra dictaduras, apelan a los principios oficiales –luchar contra los corruptos, aplicar la Constitución , para señalar las injustas expropiaciones, las duras condiciones de trabajo derivadas de la emigración rural hacia las ciudades, o la creciente contaminación de la atmósfera en tantos lugares.

 

De todos modos, se esperan avances en el ámbito de la administración de justicia, aun demasiado dependiente de las jerarquías locales del partido, en urbanismo y organización del territorio y, en fin, en una mayor protección social de los emigrantes. Pero sin ampliar las libertades ni menos aún renunciar al monopolio político del partido único.

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