Christian Wulff: un caso ejemplar para la ética pública

            Aunque ha sido tratado en algunos diarios en fechas precedentes, no deseo perder esta oportunidad para insistir en aspectos indispensables, a mi entender, si se desea mejorar la ética pública. Tengo poca fe en las reformas legales, especialmente si son tan tibias como la española y la italiana sobre financiación de partidos. Prefiero la cultura de la dimisión, eso sí, con una administración de justicia diligente.

            Christian Wulff era el presidente alemán en 2011 cuando fue acusado en la prensa de cosas muy feas; al fin, sólo una acabó en los tribunales, en 2012: un posible cohecho, y por la increíble suma de 720 euros. Aquí nadie se habría inmutado. Allí, Wulff, aun insistiendo en su inocencia, presentó su dimisión el 17 de febrero, y rechazó cualquier acuerdo con el ministerio fiscal. Ahora, ha sido absuelto por los jueces de Hannover (Baja Sajonia).

            Por usar términos hispánicos, era uno de los principales barones regionales de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) de la canciller Angela Merkel. Ministro-presidente de Baja Sajonia entre 2003 y 2010, figuraba por su juventud entre los candidatos a suceder a la Canciller al frente del partido. Fue la propia Merkel quien le promocionó hacia la presidencia federal tras la dimisión del también democristiano Horst Köhler en 2010.

            A pesar de llamar y oír a cuarenta y seis testigos, el fiscal del caso no pudo probar que, cuando Wulff era ministro-presidente de Baja Sajonia, en 2008, aceptó una estancia en la fiesta de la cerveza de Munich, pagada por un amigo, el productor de cine David Groenewold, a cambio de ayudarle a obtener financiación de Siemens para uno de sus proyectos cinematográficos. Lo de menos era la exigua cantidad del supuesto cohecho...

            La prensa sensacionalista alemana no ahorró improperios al ex-presidente, más punzantes aún para un hombre de profundas convicciones católicas. Pero cometió el error técnico de criticar a un medio tan poderoso como el populista Bild. La maledicencia alcanzó a su esposa, que pidió el divorcio tras su dimisión.

            Afortunadamente, Wullf sólo tiene 54 años, y está en condiciones de recomenzar con honor su vida política, si lo desea. Es más, en estos momentos, no faltan profesionales de la prensa que hacen autocrítica. En algún caso, como el semanario Der Spiegel, se derivan responsabilidades hacia el excesivo celo acusatorio de la fiscalía.

            El diario liberal Handelsblatt escribe el último día de febrero: "Christian Wulff  ha luchado para salvar su honor y lo ha conseguido. Pero lo ha perdido todo: su mujer, su cargo, sus bienes (…) El papel desempeñado por los medios de comunicación en este caso no es el más favorable. Se desató una campaña nacional denigratoria contra el jefe del Estado, que incluyó detalles demasiado triviales (…) En nuestro trabajo de periodistas, debemos decidir constantemente dónde se detiene el interés público y donde comienza el dominio privado. El caso Wulff es un ejemplo que deberá figurar en los manuales de formación periodística".

            La sentencia del tribunal de Hannover aceptó la tesis de la defensa, que probó la honda y antigua amistad personal entre el empresario y el político. Como amigos, se turnaban al pagar las facturas de los restaurantes y se invitaban a sus respectivas casas en compañía de sus esposas. Incluso, los jueces reconocen que el empresario Groenwold "ha sido un confidente y amigo [de Wulff] en situaciones de crisis", como durante el proceso de divorcio de su primera esposa. Nunca cesará el debate sobre los límites de la amistad en la política, pero sólo la responsabilidad personal –no leyes generales‑ será capaz de fijar líneas rojas que no deben traspasarse.

            Y, desde luego, no se puede silenciar la no menor responsabilidad de los profesionales de la comunicación. Basta comparar dos titulares del 1 de marzo: El honor perdido de Wulff (El País); L'honneur retrouvé de Christian Wulff (Le Monde). ¡Qué difícil resulta a algunos rectificar!

 
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