Ecuador y Rusia limitan el derecho a la información

En el “consulado diacrónico” de Putin y Medvedev, para sortear de un modo inédito los límites constitucionales de duración de mandatos en Rusia, se reitera una constante: la limitación de los derechos humanos, especialmente la libre información. Resultan excesivas las amenazas y violencias físicas contra periodistas. La autoridad de turno afirma siempre que “caerá el peso de la ley” sobre los agresores. Pero no se cumplen las promesas. Más bien, en Occidente se tiene la impresión de que la impunidad es norma.

De poco sirven los informes que periódicamente publican ONG como Amnistía Internacional o Human Rights Watch. Parece claro el deterioro de las libertades en Rusia, aunque sólo sea por la escalofriante cifra de la veintena de periodistas asesinados en lo que va de siglo XXI. Pero apenas es objeto de presión por parte de las grandes potencias en sus relaciones con el Kremlin: prevalecen estrategias de paz y de comercio internacional.

En ese estado de cosas se ha producido el desafío de Wikipedia al poder establecido, para protestar contra un nuevo límite al derecho a la información. Sin duda, la decisión de cerrar el acceso durante veinte cuatro horas habrá servido, como afirma Pravda, "para socavar el estado de espíritu ruso". El navegante se encontró ese día con una portada blanca, con el logo tachado con una raya negra, y una sola frase en negrita, ciertamente comprometida: "Imagine un mundo sin conocimiento libre".

De este modo, los responsables de la versión rusa de la conocida enciclopedia digital, manifestaban su oposición a un proyecto de reforma de la ley sobre la información, que concedería a las autoridades administrativas carta blanca para elaborar una especie de lista negra de sitios indeseables. Los partidarios de esas enmiendas, que acaba de aprobar la Duma, la cámara baja, afirman que su propósito es proteger a los menores contra los peligros de la pedofilia o el uso de drogas. Pero los críticos la ven como un intento subrepticio de construir en suelo ruso una réplica de la "Gran Muralla China de Internet", como señala The Moscow News. Concretamente, temen que Wikipedia –con el conjunto de Internet‑ comience a sufrir un control tan férreo como el que atenaza actualmente a periódicos, radios y televisiones.

De hecho, desde las elecciones del 4 de diciembre, la Web se ha convertido en la herramienta preferida para la difusión de ideas políticas y, concretamente, en el principal instrumento de oposición. De ahí el temor manifestado por personas como el blogger y analista político Anton Nossik (Radio Free Europe), sobre el advenimiento del reino de la arbitrariedad.

Por su parte, el presidente de Ecuador Rafael Correa acaba de dar un nuevo golpe de tuerca contra la libertad informativa, al cerrar una veintena de radios y cadenas de televisión: las estaciones fueron clausuradas, y confiscados sus equipos, con argumentos legales y técnicos. Entre esos medios está, por ejemplo, una emisora que llevaba casi sesenta años emitiendo en Quito: Radio Cosmopolita.

Correa considera “mercantilistas” a los medios que dan voz a partidos o personas de oposición. Como cualquier dictador, identifica su persona con el Estado y el bien común. Y no deja de utilizar a su favor el régimen jurídico de las “concesiones” de frecuencias, para hacer y deshacer lo que le interesa. En realidad, aunque pudo haberlas en su momento, no existen hoy razones técnicas para ese intervencionismo, que pervive casi por rutina en tantos países, también europeos. Pero el actual proyecto de ley de la comunicación, prevé reducir los medios privados en radio y televisión de un 85% a un 33%, a favor del sector público y comunitario.

Estos ataques se suman a los anteriores contra la prensa escrita, especialmente contra el diario El Universo. Correa consiguió una tremenda sentencia judicial, con prisión de un periodista y varios directivos, e increíble indemnización de casi treinta millones de euros por injurias. Menos mal que recapacitó y les indultó, con un gracioso “perdón sin olvido”, fruto de la reacción de la sociedad civil ecuatoriana y de las presiones de infinidad de gobiernos democráticos de todo el mundo.

La historia se repite porque, en el fondo, ni Putin ni Correa parecen aceptar la vieja distinción entre democracia de origen y de ejercicio. Haber sido elegido presidente en las urnas, no legitima conductas totalitarias.

 
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