Egipto camina hacia un callejón sin salida

A comienzos de julio el ejército egipcio lanzó un ultimátum a los políticos, ante la creciente inestabilidad social. Lógicamente, el presidente Mohamed Morsi no lo aceptó, ni tampoco sus oponentes, entonces no dispuestos –eso decían‑ a sostener ningún “golpe de Estado”. Por su parte, los militares afirmaban no querer intervenir en la política, sino impedir que se instalase el caos en el país. Nada fue así. Y se confirmó en pocos días el temor de quienes pensaban que se aprovecharía el clima de violencia y desorden para un nuevo golpe de Estado, apoyado inicialmente por las diversas fuerzas no islamistas, que ahora se van distanciando en parte ante la brutal evolución de los acontecimientos.

Una vez que el Gobierno provisional tilda de terrorismo a toda acción proveniente de los Hermanos Musulmanes y de los partidarios del depuesto y arrestado presidente, y autoriza a las fuerzas de seguridad a que abran fuego contra manifestantes, resulta casi imposible evitar las masacres. Porque los seguidores de Morsi están decididos a una escalada de protestas no sólo los viernes sino toda la semana; y no cesan en su criminal violencia –incendios, profanaciones sacrílegas‑ contra decenas de escuelas, monasterios, iglesias y templos de las diversas confesiones cristianas (coptos, católicos, ortodoxos, protestantes): todo, con la excusa de que el Papa copto Tawadros II pareció admitir de buen grado el golpe militar.

Como se sabe, la verdad es la primera víctima de la guerra. Estos días, cuando testigos presenciales escuchan ráfagas de ametralladoras en el centro de El Cairo, o las televisiones oficiales muestran hombres de paisano con fusiles kalashnikov, no se sabe si se trata de manifestantes o de policías de paisano, que, con los soldados, controlan los puntos estratégicos de las ciudades.

La prensa internacional informa de muchos sucesos, y reproduce las condenas contra la brutal represión, y las reiteradas peticiones de que se levante el estado de emergencia. No faltan editoriales de periódicos importantes que reprochan la falta de respuesta por parte de la Unión Europea o la debilidad de Barack Obama: el presidente de EEUU no ha anulado, ni siquiera temporalmente, la ayuda militar al ejército egipcio, de casi mil millones de euros anuales. Una vez más, prevalecen intereses estratégicos y de seguridad por encima de otros criterios.

Pero no acabo de advertir en esos grandes diarios líneas de solución del conflicto, que se encamina hacia una auténtica guerra civil, en la estela de Siria: mucho dependerá de la ayuda militar que los Hermanos Musulmanes reciban de países vecinos.

Algunos congresistas de Washington atacan la pasividad de Obama, e insisten en la urgencia de restaurar la democracia en Egipto. Pero nadie puede prever cuándo se darán las condiciones para convocar unas elecciones. Las llamadas a devolver el poder a la sociedad civil no se sostienen cuando los islamistas no ceden en nada a pesar de la durísima represión. Es más, ese tipo de declaración molesta al presidente provisional egipcio, Adli Mansur, porque “refuerza los métodos de los grupos armados violentos” -afirma.

François Hollande, como otros líderes europeos, subraya que “es preciso hacer todo lo necesario para evitar la guerra civil”. El Elíseo sigue apostando por una “solución política”, con una convocatoria de elecciones lo antes posible. Pero el propio Mansur asegura que su ejecutivo está intentando "allanar el camino hacia la democracia, con una Constitución de consenso y una ley electoral transparente". Más bien parece cinismo, si se confirma que el gobierno de Egipto estudia volver a prohibir el partido de los Hermanos Musulmanes: de momento, está deteniendo a muchos de sus dirigentes.

Los sucesos actuales apuntan más bien hacia la consolidación del poder castrense aun a riesgo de más víctimas civiles. Seguirá creciendo la pobreza de los ciudadanos, sobre todo, si la Unión Europea suspende su ayuda económica, según pedía, como “cuestión de principio” el editorial de Le Monde del día 17.

Forzoso es reconocer que ni la UE ni EEUU están en condiciones de jugar un papel decisivo en esta crisis. Su intervención, por otra parte, proporcionaría nuevas excusas a los islamistas para su violento acoso a los cristianos. Tal vez, sólo la mediación de la organización de la conferencia islámica –solicitada expresamente por Irán‑ podría contribuir a una solución pacífica que evitase la trágica evolución de la dictadura militar hacia una guerra civil o un terrorismo desbocado.

 
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