Emmanuel Macron arranca el esprint hacia la presidencia de Francia

Por eso, los medios de comunicación fueron prudentes en la difusión de las clásicas encuestas elaboradas a partir de los primeros resultados en urnas. Evitaron precipitaciones, pero, antes de las diez de la noche, se decantaban por una finalentre Emmanuel Macron y Marine Le Pen, el próximo 7 de mayo. De acuerdo con los precedentes de los últimos comicios, esto significa, casi con seguridad, que Macron puede ir haciendo las maletas hacia el Elíseo. Lo conoce bien, por su trabajo como vicesecretario general con François Hollande, antes de su nombramiento para coordinar la economía desde el gobierno, del que dimitió para encarar la presidencia.

Como escribí en Aceprensa el 17 de abril, Emmanuel Macron ha mostrado a lo largo de su vida un gran pragmatismo ante la vida económica y financiera, de acuerdo con su modo de entender la racionalidad económica en términos de eficacia. Sus dos grandes inspiradores fuera de las aulas han sido, según algunas fuentes, Michel Rocard -renovador intelectual del socialismo francés y primer ministro de 1988 a1991- y Jacques Attali -presidente del Banco europeo para la reconstrucción y el desarrollo, y consejero especial de François Mitterrand. En la política, se sumó a las huestes de François Hollande a finales de 2008, cuando los analistas concedían más futuro a otros líderes socialistas. Macron arriesgó, con fortuna. Como arriesgó luego al dejar el ejecutivo sin pedir nada a cambio, crear su propio movimiento, En marche!, y presentar su candidatura a la presidencia sin haber pasado por la criba de las primarias socialistas.

La victoria electoral confirma que la capacidad de conciliar los contrarios, sin hablar expresamente de posiciones de centro -ningún centrista llegó hasta ahora a la presidencia de la República francesa- era la mejor táctica. Ha superado el pragmatismo conservador de François Fillon, la radicalización izquierdista de Jean-Luc Mélenchon, la estolidez del socialista Benoît Hamon y, sobre todo, el más conocido frentismo de Marine Le Pen. Y, lo que quizá resultó definitivo, contó con el decidido y temprano apoyo de François Bayrou, líder de Modem, el único partido de centro, empeñado en ofrecer a los franceses un presidente que suponga una alternativa a las dos grandes formaciones tradicionales, combinando adecuadamente ideas y principios de ambas. Fillon y Hamon han prometido ya apoyar a Macron en la segunda vuelta.

Todos se presentaban como desde fuera, habida cuenta del relativo desprestigio o de la desilusión actual ante la política tradicional. Hasta ahora Macron ha compuesto bien su imagen, que responde a los rasgos de tantos protagonistas de la vida pública francesa: colegio católico en Amiens, liceo Henri IV de París, Sciences Po, ENA (escuela de formación de altos funcionarios), inspector de hacienda, ejecutivo en la banca Rothschild... Es casi prototipo de hombre brillante, muy trabajador, con capacidad de expresión y buena retórica, atento en su modo de tratar a los demás. Sobre todo, joven (no cumplirá los cuarenta hasta finales de diciembre). Pero ahora no le bastará con endosar la negatividad estereotipada de sus oponentes. Los ciudadanos esperan medidas concretas, no grandes objetivos ni meras promesas genéricas biensonantes como las que ha ido difundiendo el movimiento En marche!, que fundó hace ahora poco más de un años.

El propio nombre indica el planteamiento profundo de su actitud: sacar a Francia del estancamiento, con mente abierta y espíritu de conquista, frente al cierre propio de quienes adoptarían posturas a la defensiva. Pero deberá perfilarlo pronto con medidas de gobierno que contribuyan al relanzamiento, superando inercias y desilusiones. No tendrá facilidades, porque la sociedad francesa parece más propicia a la continuidad que a la innovación: invoca en todo la igualdad, pero asiste al avance de las desigualdades, ya desde el sistema educativo. Tarea difícil ciertamente: movilizar la sociedad civil.

A diferencia de Hollande, no pretende ser un “presidente normal”: “Tengo la intención de ser un presidente que preside; un presidente comprometido, no un presidente de lo anecdótico, con decisiones tomadas de forma rápida, bloques de trabajo prioritarios, con un gobierno que gobierna. Quiero pasar dos páginas. La página de los últimos cinco años y la página de los últimos veinte años”. Y, por supuesto, “un presidente garante del largo plazo, de las instituciones”.

Por otra parte, el liberalismo de fondo del macronismo está particularmente presente en las cuestiones vitales o familiares, donde no se prevén cambios, sino consolidación de las políticas vigentes. En cambio, en las grandes cuestiones económicas y sociales, subraya valores más o menos compartidos por muchos. Sólo quedarían fuera la izquierda radical y la extrema derecha. Al modo de una new age de la política.

A Emmanuel Macron le esperan ahora dos retos: uno, confirmar su probable victoria –y la del europeísmo- frente al tan temido en Bruselas Franxit de Marine Le Pen; otro, ganar –como espera- las próximas legislativas, para evitar la cohabitación.

 
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