La Europa del bienestar frente a la del recorte

            Comienzo este comentario antes de salir de viaje –no precisamente a Lisboa‑, en vísperas de las elecciones europeas. Imagino que se cumplirán los pronósticos anunciados por los sondeos, y se mantendrá la abstención: no otra cosa se merece la mayor parte de los políticos en los países que sigo más de cerca, tras una deplorable campaña, demasiado ajena a las grandes cuestiones del futuro comunitario.

            Entre esos problemas decisivos está la valoración del Estado del bienestar. Desde Bismarck, han ido ampliándose poco a poco sus contenidos, de ordinario, bajo gobiernos conservadores, aunque parezca paradójico. Pero llega un momento, sustancialmente por el invierno demográfico, en que se impone el freno y la marcha atrás, por usar el título de una de tantas comedias del indefinible Jardiel Poncela.

            A pesar de mi edad, me sigue asombrando la capacidad de los políticos para trivializar los grandes temas. Estoy convencido de que la situación exige soluciones de Estado, más allá de intereses de partido. No van por ahí los líderes, y por eso muchos ciudadanos les retiran su confianza. Porque los recortes –los haga Zapatero, Rajoy o Valls‑ son medidas coyunturales, en espera de una reflexión de fondo acerca del futuro de la Unión Europea.

            En su edición del día 23, Le Monde titulaba una crónica con una frase terrorífica para la democracia: “Una campaña que deja a los partidos sin voz”. De nada sirven discursos, mítines, carteles, emisiones televisadas: no hay modo de superar la indiferencia de los electores ante el escrutinio del domingo 25 de mayo. Al final, parece no haberse batido el record de abstención. Pero a los partidos mayoritarios parecía preocuparles sólo que beneficiase a los minoritarios y a los euroescépticos. De ahí, por ejemplo, el desfonde de Valls ante el segundo “seísmo Le Pen” (el primer, como se recordará, fue el paterno, que superó en primera vuelta de las presidenciales a Jospin).

            El primer ministro francés no esperaba tanto desastre cuando reconocía el inquietante rechazo ciudadano en el mítin de Barcelona en el que participó, usando un plurilingüismo digno de mejor causa. Porque allí, como en el resto de España, la campaña electoral no plantea los problemas europeos comunes, sino la acentuación de diferencias entre partidos y orientaciones de la vida inmediata. Quizá por esa visión inmediata allí ha aumentado la participación.

            En su crítica a los demás, los líderes no ahorraron injurias ni descalificativos ideológicos, que ensucian los ideales y valores de Europa. Habría dejado de ser el hogar común –libre, solidario, democrático‑ con que soñaban los grandes fundadores, como Schuman, Adenauer o De Gasperi. Ahora aparecen tantas europas como enemigos electorales: la Europa de los banqueros, de los mercaderes, de los burócratas, de los consumidores… Algo realmente injusto y deprimente. Imagino a tantos universitarios del programa Erasmus sumidos en una silenciosa y nostálgica perplejidad.

            Sin duda, Bruselas y Estrasburgo no están exentos de culpa. Como tampoco los Estados miembros. El exceso de burocracia es manifiesto, comenzando por la propia casa. Tuve esa sensación –a título anecdótico‑ en un paseo reciente por Huelva, camino de una conferencia: en una calle central aparecían a pocos metros de distancia un edificio suntuoso de la subdelegación del Gobierno, otro de la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento de la ciudad. Sólo faltarían representaciones oficiales de la Unión Europea.

            Pero, al margen de la anécdota, la crisis del Estado del bienestar es un problema europeo central, que exige soluciones también comunitarias, sin perjuicio del principio de subsidiaridad y del respeto de las soberanías estatales. Mi percepción es que ese gran problema –como tantos otros‑ ha estado ausente en la campaña. Me explico –y he contribuido‑ a la abstención, aunque se lea a toro pasado. Lástima que los líderes no se decidan a revisar las causas de su distanciamiento de la realidad social, ni las consecuencias negativas del hipernacionalismo populista y xenófobo en tiempos de globalización.

 
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