François Hollande, hacia El Elíseo con un programa radical

Abundan los estudios demoscópicos en el arranque oficioso de la campaña para las elecciones presidenciales francesas del 22 de abril (con segunda vuelta el 6 de mayo). Las encuestas pronostican el triunfo del candidato socialista, que acaba de proponer un ambicioso programa en su discurso del 22 de junio en Bourget, acompañado por la publicación cuatro días después de un folleto con la descripción más concreta de sesenta grandes compromisos con Francia.

Desde su apariencia tranquila, François Hollande plantea con energía –repitiendo retóricamente el "Je veux", o el "Je ferai"‑ cambios profundos en la esfera política y en la configuración de la sociedad. Un blanco al que apunta claramente Hollande es el de las finanzas –que habrían tomado "el control de la economía"‑ con una fortísima elevación de impuestos.

Los expertos presentan sus dudas respecto de la viabilidad de los objetivos económicos. Pero se impone la convicción a favor del cambio, porque las soluciones de Sarkozy no parecen estar acertando, a tenor de las últimas cifras del desempleo. Lo difícil es asegurar la eficacia de esa política alternativa que acentúa la equidad y la justicia, especialmente en materia de vivienda –con un acusado intervencionismo‑ y educación, con la creación de 60.000 puestos docentes durante el quinquenato. Porque no se sabe cómo alcanzar esas metas, reduciendo el déficit público al 3% del PIB en 2013, para restablecer el equilibrio presupuestario en los cinco años siguientes, frente a la tremenda capacidad de endeudamiento de los gobiernos de UMP.

No está claro que pueda conseguirse sólo con la derogación de los privilegios fiscales de que gozarían las familias más ricas y las grandes empresas, menos aún con perspectivas sombrías de crecimiento económico (el gran ausente en el programa del candidato). Hollande estima que los 20.000 millones de nuevos gastos se cubrirían con un incremento fiscal en torno a los 29.000 procedentes de actuales nichos fiscales. La gran cuestión sigue siendo la credibilidad del candidato para cuadrar las cifras de un mayor gasto público con un incremento de la presión fiscal.

Por ahí se explica la subida de François Bayrou en los sondeos, así como la relativa moderación de Hollande, para tentar al electorado centrista. De momento, ha reducido las promesas a la mitad en cuanto a las plazas de funcionarios relacionados con seguridad y administración de justicia. Y ha abandonado la creación de 500.000 puestos de guarderías infantiles. Aunque mantiene la promesa de subir en un 25% la actual prestación social a las familias para la "rentrée", esto es, para aliviar los gastos que comporta el comienzo de curso en septiembre.

En cambio, el programa se radicaliza –parece ya un denominador común de la izquierda en Occidente‑ en las cuestiones de sociedad, como la equiparación de uniones gay con el matrimonio, incluida la capacidad de adoptar, o el impulso de la eutanasia, es decir, de la ayuda activa a morir en condiciones precisas y estrictas.

En otros campos, el candidato socialista se mueve en terrenos prudentes, como cuando deja atrás demagogias respecto de las migraciones, para centrarse en la lucha contra la inmigración y en la objetivación y personalización de las regulaciones de los sin-papeles. Algo semejante sucede en el campo del mantenimiento del orden público, donde reitera propuestas más o menos compartidas por mucho sobre "policía de proximidad" y "zonas prioritarias", con se reforzarían los diversos servicios públicos. Quedan pendientes los proyectos de reforma de la instrucción penal, con idea de aumentar la competencia de los fiscales, aunque reformando el procedimiento de su designación por el Consejo superior de la magistratura.

Como suele ser también usual, el candidato socialista apela a la ética y al patriotismo. No ahorra críticas a Sarkozy, al que apenas cita, salvo quizá en la carta abierta a los franceses que publicó en el diario Libération el 3 de enero. Ahí evoca dos momentos extraordinarios en la historia de Francia: la elección del General De Gaulle en 1958, y la de François Mitterrand –su gran modelo‑ en 1981: como entonces, no se trata sólo de la "elección de un presidente", sino de la "indispensable recuperación nacional". Porque el quinquenato de Nicolas Sarkozy habrá sido "la presidencia de la palabra", y él, "el presidente de los privilegios". Esa es la página que François Hollande quiere pasar. Está por ver si la radicalización compensará la falta de "carisma".

 
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