Los Hermanos Musulmanes de Egipto fracasan en la transición

No ha sido la primera vez en la historia que una formación política pasa de la ilegalidad al gobierno de su país. Tiene experiencia el actual primer ministro de Turquía, que sigue con problemas, pero parece conseguir encauzarlos. Algo análogo, aunque con diferencias sustanciales, vivieron algunos partidos de izquierda en España tras la muerte de Franco.

En cambio, cuando se cumple el aniversario de la llegada al poder del presidente egipcio Mohamed Mursi, de nuevo se instalan tiendas en la simbólica plaza Tahrir, vuelve la violencia a las principales ciudades, y la oposición –reunida en un ambiguo movimiento llamado "Tamarrud" (Rebelión en árabe), planteado inicialmente por gente joven, musulmanes y coptos, ateos e izquierdistas‑ está abiertamente enfrentada a los Hermanos Musulmanes. Les acusa de estar construyendo un Estado a su medida, no a la de todos. Imágenes de televisión reflejaban en días pasados la penosa situación de algunas sedes del partido en el poder (Libertad y Justicia), tras ser asaltadas e incendiadas por los detractores de Mursi. Los mayores enfrentamientos se produjeron en Alejandría. En total, durante la semana, los incidentes se saldaron con seis muertos, la mayoría en la provincia de Dakahliya, en el delta del Nilo.

Ante el avance de las protestas, Mohamed Morsi hizo un largo discurso el miércoles 26: intentó superar sus vacilaciones y manifestó la legitimidad de su gobierno, con duras críticas a la oposición, y denuncias contra periodistas y oligarcas del régimen anterior, absueltos por los tribunales. De todos modos, no excluyó la posibilidad de crear un comité con representantes de los diversos partidos para revisar la constitución impugnada. Su intervención fue más bien contraproducente; dio nuevas alas a los rebeldes, que plantean pura y simplemente la abolición de la ley constitucional tras la dimisión de Morsi.

El problema se complica porque miembros y simpatizantes de los Hermanos Musulmanes, con aliados salafistas de la Gamaa Islamiya ‑grupo ultraconservador que ha renunciado a la violencia‑, defienden en la calle la política presidencial, recordando que llegó democráticamente al poder. Repiten el conocido eslogan "la legitimidad es una línea roja", y acusan a Tamarrud de intentar derribar al poder establecido mediante vías antidemocráticas.

La inestabilidad política se agudiza por las graves dificultades económicas que atraviesa Egipto. La gente protesta por la subida de precios, los cortes de energía o el aumento del desempleo. A la escasa experiencia política de los gobernantes, se une la falta de programa económico y su torpeza en el manejo de personas e instituciones. La inseguridad ha hecho caer el turismo, una importante fuente de ingresos, así como las inversiones extranjeras. Sólo cuenta con el apoyo financiero de Qatar, Turquía y Libia, aunque Estados Unidos no ha reducido su ayuda militar por razones estratégicas comprensibles.

La movilización de ayer domingo fue impresionante: "la mayor manifestación de la historia de Egipto", según una fuente militar. Las múltiples llamadas de diversos dirigentes contribuyeron a que prevaleciera el ambiente festivo de la protesta, sobre las acciones violentas de otras jornadas. No obstante, se produjeron varios muertos al sur de El Cairo. Y volvieron a ser atacadas sedes de los Hermanos Musulmanes.

La oposición afirma que ha conseguido las firmas necesarias para exigir la renuncia del presidente y la convocatoria de elecciones: 22 millones, frente a los 13,2 que votaron a Morsi en junio de 2012. Por otra parte, se ha creado el llamado "Frente del 30 de Junio", con el objetivo de fijar una hoja de ruta para el país tras la esperada dimisión de Mursi. Obviamente, éste ha reiterado con firmeza –también en declaraciones a The Guardian‑ que no piensa abandonar un cargo para el que fue elegido democráticamente.

Ante la magnitud de las protestas del domingo, el ejército se desplegó para proteger las instituciones más importantes del Estado. El ministro de defensa, mariscal Sissi, afirmó que el ejército no quiere intervenir en la política, pero no permitirá que se instale el caos: "las fuerzas armadas no estarán en silencio si el país está en peligro de sumirse en un conflicto incontrolable". Confirma el temor de quienes piensan que se puede aprovechar el clima de violencia y desorden para un nuevo golpe de Estado. Sin duda, peligra el futuro de la democracia en el mayor país árabe.

 
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