Modelo libanés para la paz en Oriente Medio

Se ha repetido mucho con ocasión del viaje de Benedicto XVI al Líbano, que este país habla de pluralismo y concordia: es por sí mismo un “mensaje”, en frase feliz de Juan Pablo II. Frente a las batallas intelectuales europeas en tema de secularismo y laicidad, el Líbano se presenta –también en su Constitución como un país pluriconfesional: está bien regulada la participación en la vida pública de los fieles de las diversas confesiones religiosas. La situación choca, sin duda, a la mentalidad occidental, pero ha funcionado allí durante años, al margen de conflictos bélicos derivador, en el fondo, de tensiones provenientes sobre todo de países limítrofes como Israel y Siria.

El Líbano es un mosaico de 18 confesiones diversas, entre cristianos y musulmanes. No se debería olvidar, sin embargo, que en el pequeño territorio del Líbano ‑10.400 km²‑ viven poco más de cuatro millones de habitantes, con mayoría católica -el 53,18% de la población-, y una actividad educativa y asistencial impresionante: 907 centros docentes, con 427.180 alumnos, y 30 hospitales, 168 ambulatorios, 39 casas para ancianos y minusválidos, 63 orfanatos y guarderías, 22 consultorios familiares y centros para la protección de la vida, y 28 instituciones de otro tipo.

Como declaraba a Avvenire, 19-9-2012, el profesor Andrea Riccardi, fundador de la comunidad de san Egidio, experto en diálogo interreligioso, y actual ministro italiano de cooperación internacional, el Líbano “es una riqueza para el mundo”: de modo particular, “es precioso para la ecología humana, política y religiosa del Mediterráneo”.

En Occidente hemos reducido a un denominador común los movimientos que comenzaron en el mundo árabe hace más de un año: hablamos de “primavera árabe”, y no siempre tenemos en cuenta la historia de cada país; quizá por esto, no acabamos de entender la evolución distinta que se produce en Libia, Túnez o Egipto. Tampoco en Líbano, país hoy muy amenazado por la inestabilidad de los países colindantes.

Lógicamente, allí los cristianos no son ciudadanos de segunda clase. Tampoco los fieles de otras confesiones. En el fondo, la mayoría católica, como dice Riccardi, confirma que “los cristianos son el pueblo de la convivencia, el pueblo que sabe convivir con los demás, y el Evangelio es un mensaje de amor y no de odio”.

Frente a los graves problemas de las minorías en países de África y de Oriente Medio, los cristianos deben seguir jugando un papel específico, frente a la tentación –comprensible‑ de emigrar. Significaría trastocar las raíces humanas y culturales de quienes habitan en esa región desde tiempo inmemorial: desde luego, siglos antes del nacimiento de Mahoma. No “dejar vivir” a los cristianos, consolidará a corto plazo el absolutismo teocrático islamista, que arrumbará con los musulmanes moderados, no admitirá disidencia alguna y pronunciará sentencia de muerte contra las libertades humanas básicas.

En ese contexto, el Líbano es un mensaje –actualizado por la visita del papa Benedicto XVI‑ para construir un nuevo Oriente Medio en que mentalidades, religiones y tradiciones diversas convivan en paz y concordia, a partir del respeto humano y del reconocimiento de iguales derechos para todos.

Parece utópico, como muestra también el doble juego de los islamistas de Hezbollah en el propio Líbano. Habían dado la bienvenida al Papa, incluso con pancartas en árabe. Impresionó a todos la positiva presencia de musulmanes en los diversos actos presididos por Benedicto XVI. Veían en él a un hombre de Dios, a un profeta de la libertad y la convivencia pacífica. Pero al día siguiente de su regreso a Roma, un gran mitin presidido por Hasan Nasralá atizó de nuevo el odio antioccidental, en el contexto de la actual campaña con ocasión del vídeo crítico contra las creencias musulmanas. Por su parte, el Papa dio las gracias a los musulmanes al despedirse del Líbano. Estaba persuadido de que su presencia había contribuido al éxito del viaje: “El mundo árabe y el mundo entero habrán visto, en estos momentos de turbación, a los cristianos y a los musulmanes reunidos para celebrar la paz”. Ojalá el “modelo libanés” resulte exportable en sus grandes líneas a los países de una región en la está amenazada la paz más que nunca quizá en su larga historia.

Para conseguirlo, será preciso superar los fundamentalismos, a los que se refirió Benedicto XVI al responder a una pregunta en el vuelo hacia Beirut: “el fundamentalismo es siempre una falsificación de la religión. Va contra la esencia de la religión, que quiere reconciliar y crear la paz de Dios en el mundo”. El mensaje fundamental de la religión debe ser “la educación, la iluminación y la purificación de las conciencias, para hacerlas capaces del diálogo, la reconciliación y la paz”.

 
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