Nuevo podio parlamentario en Alemania: hacia un triple concierto regresivo

Así sucedió el domingo en las senatoriales de Francia, donde se refuerza la mayoría de centro derecha frente a la supremacía del presidente Emmanuel Macron en la Asamblea, y, sobre todo, en Alemania con el ascenso de la Alternativa a tercera fuerza, en su primera presencia en el Bundestag.

Durante la campaña, se especulaba sobre quién alcanzaría el tercer puesto en estas elecciones. Así como en la aritmética postelectoral, que podría determinar el o los compañeros de gobierno de la indiscutible Angela Merkel, como Canciller por cuarta vez consecutiva.

No está de más recordar –también por si la experiencia es útil ante futuras reformas de la ley electoral española- el peculiar sistema germano. Cada ciudadano entrega a las urnas dos papeletas: en una, directa, elige al candidato que prefiere para su circunscripción; gana quien obtiene más votos en cada lugar; así se determinan 299 diputados. La segunda papeleta fija la preferencia por un partido, no por una persona; al terminar el escrutinio el resto de los 598 escaños se reparte proporcionalmente, aunque, para evitar la dispersión, sólo entran en lid los partidos que han conseguido en el conjunto del país más del 5% en los “segundos votos”, o han ganado al menos tres mandatos en los primeros.

En bastantes legislaturas, hasta un total de 33 años, la democracia cristiana (CDU/CSU) gobernó en coalición con el partido liberal (FDP), que fue perdiendo fuelle, hasta quedar fuera del parlamento en 2013 por no alcanzar el mínimo. La sensatez política de los líderes determinó entonces la vuelta a la llamada “gran coalición” con la socialdemocracia del SPD (nacida en 2005), capaz de sortear la crisis económica con muy buenos resultados: en total, once años.

Tras la etapa de Gerald Schröder, el SPD ha bajado mucho. A comienzos de año se especuló sobre el “efecto Schulz”, que dejó la presidencia del parlamento europeo, y fue elegido unánimemente para dirigir el partido y ser candidato a la cancillería. Se produjo una notoria subida en los sondeos de opinión, remansada luego tras los flojos resultados en consultas de länders. Pero se estimaba que seguiría siendo la segunda fuerza del país: había obtenido en 2013 el 25,7% de los votos. Y no se cerró el debate interno acerca de si la presencia de socialdemócratas en gobiernos presididos por Angela Merkel era la causa de ese declive del SPD (su peor resultado después de la guerra, el 23% de votos de 2009).

La cuestión se zanja ahora, en parte, porque ha caído a poco más del 20%. Martin Schulz se apresuró en la noche electoral a renunciar a la coalición, en espera de reconstruir el partido desde la oposición, como segunda fuerza. En cambio, se abre el panorama de alianzas inéditas, tras la medalla de bronce en el podio del Bundestag obtenida por Alternativa (AfD): como se esperaba, ha superado en las urnas los porcentajes que le concedían los sondeos. No hay apenas diferencias entre los otros tres partidos con presencia parlamentaria: la extrema izquierda (Die Linke, disidente del SPD), los Verdes, y el FDP que regresa a la Cámara, en cuarto lugar, de la mano de su joven presidente Christian Lindner.

Angela Merkel es suficientemente pragmática, para aceptar la solución más o menos impuesta por las urnas: la que ha dado en llamarse jamaicana, no por velocistas, sino por suma de colores de los partidos. Una coalición de ese estilo se está experimentando en el land du Schleswig-Holstein. En los últimos meses, la Canciller ha reconducido la política migratoria a niveles aceptables por la mayoría de los ciudadanos: amplía así la distancia con AfD y su defensa a ultranza de la identidad nacional frente a los emigrantes. En cambio, su política familiar, alejada en parte de la tradición democristiana, le acerca a los Verdes y al partido liberal, que no lo es sólo en la economía, sino también en las grandes cuestiones éticas contemporáneas.

Los resultados reflejan, como señaló José M. García Pelegrín en Aceprensa (20-IX), el envejecimiento del cuerpo electoral, con la mayor edad media de la historia: en un censo de 61,5 millones, los mayores grupos son el de más de 70 años (20,7%), y el de 50-60 años (20,0%). Son similares los porcentajes de los 60- 70 (15,4%), 40-50 (14,7%) y 30-40 (13,9%). Los más jóvenes, 21-30 años, son el 11,8%. Y los que se estrenan en el voto (18-21 años) apenas llegan al 3,6% del electorado. Los mayores son menos abstencionistas y se decantan por los dos grandes partidos en proporción semejante, aunque con preferencia por Merkel: continuidad, frente a innovaciones o experimentos, también respecto del futuro de la Unión Europea y las relaciones con Estados Unidos y Rusia.

Al cabo, hace cuatro años, al terminar el debate por televisión con su contrincante socialdemócrata Peer Steinbrück, se dirigió lacónicamente a los casi veinte millones de espectadores: “Me conocéis, sabéis lo que quiero hacer y cómo lo haré. Si deseáis que siga siendo vuestra canciller, apoyadme y votad por CDU”. Tuvo éxito. Y, aunque no ha repetido la frase, se notaba su inspiración a lo largo de la campaña. Lo recogía bien un dibujante de Le Monde, con una viñeta irreproducible: “vuestra canciller no nos hace soñar: ¿por qué la reelegís? Precisamente: porque no nos hace soñar”.

 

Pero ahora va a tener que trabajar duro, pues los aliados limitarán drásticamente sus opciones en temas tan esenciales como la relación con Europa, la política familiar –mal futuro tiene, también en aspectos como la adopción o la maternidad subrogada-, o el cierre de las centrales nucleares. Salvo que Martin Schulz recapacite, y anteponga Alemania y Europa a los intereses de partido.

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