La Santa Sede desea la reconciliación entre armenios y turcos

Arranca con la confesión de sus orígenes: “es verdad, soy de ese pueblo, muerto sin sepultura”. Sus padres encontraron asilo en Francia, a diferencia de “el millón y medio de armenios masacrados, asesinados, torturados en el primer genocidio del siglo XX”.

Recuerda el negacionismo desde 1915, hasta la década de los ochenta. La primera intervención significativa fue del Parlamento europeo en 1987. Francia promulgó una ley el 29 de enero de 2001, aunque en fecha más reciente se rechazó incorporarlo al Código penal, junto con la Shoah. Desde entonces, se han producido una veintena de intervenciones, las más recientes en Roma y Estrasburgo.

Pero Aznavour excluye la venganza: “no he sido educado en el odio. El resentimiento no forma parte de mi universo. Tampoco lo deseo para el pueblo turco, educado en la negación. Quiero confiar en la juventud de este país y en la gente de ese pueblo al que amo”. Es consciente de su influencia real hoy en las crisis y persecuciones del Próximo Oriente. Pero quiere enviar un mensaje de optimismo, a partir de una encuesta internacional realizada a petición del Memorial de la Shoah: alrededor del 33% de los turcos de 18 a 26 años están a favor del reconocimiento del genocidio armenio. “Teniendo en cuenta los tabúes de este país, esa cifra invita a la confianza”.

No otra cosa desea el Papa, aunque la reacción turca no ha sido halagüeña ante sus gestos y palabras del día 12. El gobierno de Ankara llamó al nuncio el mismo día para manifestar su protesta, y retiró a su embajador ante el Vaticano. Al día siguiente siguieron declaraciones de autoridades de Turquía, algunas francamente injuriosas. Por ejemplo, las del ministro encargado de las relaciones con Europa: Francisco habría hablado así porque viene de Argentina, un país “que acogió a los nazis”, y en el que “la diáspora armenia es dominante en el mundo de la prensa y los negocios”. Recuerda la desagradable reacción cuando Juan Pablo II se refirió hace unos quince años al genocidio: trataron de provocar su descrédito invocando su excesiva edad.

Recep Tayyip Erdogan había prometido romper con el nacionalismo. Pero parece inquieto ante las elecciones de junio, porque las encuestas reflejan el avance del partido republicano nacionalista. Parte de las polémicas giran en torno al uso del término “genocidio”. Turquía no puede ocultar las masacres que exterminaron a casi millón y medio de personas. Pero excluye el término, por su carácter imprescriptible: aunque no se pueda juzgar ya a los culpables, puede fundamentar jurídicamente la exigencia de reparaciones materiales, por la destrucción de ciudades enteras, con iglesias, escuelas y hospitales, y el subsiguiente cambio de todo nombre de origen armenio.

De hecho, Bruselas rechazaba hasta ahora hablar de genocidio. La Vicepresidente de la Comisión Europea, Kristalina Georgieva, afirmó el día 15 que, cualquiera que sea la palabra, “no puede haber una negación de esa terrible realidad.” No fue ése el criterio del Parlamento europeo, en la resolución aprobada en la sesión plenaria del miércoles. Según el comunicado de prensa de la Eurocámara, “Armenia y Turquía deberían aprovechar la ocasión del centenario del genocidio armenio para reactivar las relaciones diplomáticas, abrir la frontera y facilitar la integración económica”. Los eurodiputados subrayan “la necesidad de que Turquía reconozca el genocidio armenio, para poner las bases de una verdadera reconciliación”. En ese sentido, comparten el mensaje del papa del 12 de abril de 2015, pues “conmemora el centenario del genocidio armenio en un espíritu de paz y reconciliación.” Por último, proponen establecer un “día internacional de conmemoración de los genocidios, para reafirmar el derecho de todos los pueblos y naciones del mundo a la paz y la dignidad.”

La actitud del gobierno de Ankara es fundamental para las relaciones con la UE. Si no rectifica, dará la razón a la postura radical del Corriere della Sera, que pidió expresamente detener el proceso de adhesión: “Es hora de reconocer que Turquía no puede integrarse en la UE y dejar claro que las razones son profundamente laicas y políticas. Turquía se considera hoy como una potencia regional. Como tal, no está dispuesta a limitar sus aspiraciones y ambiciones dentro del marco definido por los intereses comunes de los países de Europa”. Según Michel Marian en Le Monde del 16 de abril, “Ankara tiene que admitir que el tiempo de los pequeños pasos hacia el reconocimiento del crimen no es suficiente, y que el apoyo del negacionismo altera su imagen. Las voces musulmanas deberían unirse a las de los demócratas laicos”.

Así debería suceder también respecto de violencias que sufren los cristianos de Oriente. ¿Cómo no pensar en ellos cuando el papa Francisco comenzaba su saludo el pasado día 12 a los fieles de rito armenio refiriéndose a esa actual guerra mundial “por partes”?: “Desgraciadamente todavía hoy oímos el grito angustiado y desamparado de muchos hermanos y hermanas indefensos, que a causa de su fe en Cristo o de su etnia son pública y cruelmente asesinados –decapitados, crucificados, quemados vivos–, o bien obligados a abandonar su tierra”.

 
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