Turquía se aleja de Europa para influir más en Oriente

Se trata de otra confirmación de la deriva autoritaria del presidente Erdogan, que le aleja cada vez más de Bruselas, a pesar de su colaboración, no precisamente desinteresada, en el actual problema de los refugiados.

La agresividad de los diputados me ha recordado –aficionado como soy al baloncesto- la de los hinchas. Sólo una vez llegó Estudiantes de Madrid a la final four, que se celebraba en Turquía hacia 1992. Hubo que dar severas instrucciones a la demencia –irónicos seguidores de ese club nacido en el Instituto Ramiro de Maeztu-, para evitar conflictos, pues las aficiones turcas son tremendas. No sé cuánto durarán sus equipos en las competiciones europeas, pero –agresividad aparte- sería una pérdida por la calidad de su juego. Salvo error mío, en estos momentos hay tres representantes entre los dieciséis que compiten en la Euroliga: Fenerbahçe, Anadolu Efes, Galatasaray.

Pero el autoritarismo está llevando a la represión de cualquier opinión disidente, y ahoga los principios democráticos que dieron origen al nuevo Estado fundado por Atartürk. Hace apenas seis años, cuando en tantos países surgieron movimientos a favor de la libertad, que se compendiaron con la expresión primavera árabe, solía ponerse de ejemplo Turquía, como un Estado que conciliaba Islam y modernidad. Silenciaban la exigua libertad religiosa, pero ciertamente suponía un contraste y suscitaba esperanzas frente a tantas repúblicas islámicas.

Desde entonces, la evolución es más bien negativa, aunque Ankara siga en la OTAN. Más bien se acerca a Moscú, especialmente en la intervención en la guerra civil de Siria. Aparte de otras razones, influye mucho el problema kurdo, una etnia de difícil intelección en Occidente, aunque exista un Estado que responde al nombre de Kurdistán. Erdogan parece obsesionado con el avance de los kurdos en Turquía, como se advirtió en las últimas elecciones políticas. El presidente musulmán querría reducirlos a un movimiento terrorista, pero el partido político paralelo no se identifica necesariamente con situaciones históricas. Las contradicciones aparecen cuando, en Siria o en Iraq, los kurdos son aliados frente al radicalismo del Estado Islámico, pero enemigos potenciales de la unidad política turca.

De islamistas y kurdos provienen, según todos los indicios, las acciones terroristas contra Turquía. Si su inmovilismo en materia de derechos humanos le aleja de la Unión Europea, no parece asegurar la paz en medio de gravísimos conflictos regionales. Como si no se perdonase a Ankara su presencia en la OTAN ni su creciente intervencionismo en Siria.

En conjunto, se viene produciendo una creciente represión de las libertades ideológicas en Turquía. Comienza ya a afectar al desarrollo económico, especialmente en el ámbito del turismo, también en la medida en que crece la inseguridad: los atentados de Nochevieja han sido un duro golpe: forzoso es reconocerlo, aunque beneficie los intereses españoles, como la inseguridad de otros países mediterráneos.

Pero la propaganda oficial intenta utilizar el ataque a la discoteca más famosa y cara del Estambul “europeo” –frecuentada por extranjeros, en su mayoría árabes-, para consolidar las perspectivas conspiratorias contra el Régimen: un héroe musulmán habría dado su merecido a “los cristianos que celebraban una fiesta pagana”.

En el plano interno, especialmente después de la extraña tentativa de golpe de Estado del 15 de julio, casi todo se salda en acusaciones contra los kurdos y contra las iniciativas del antiguo compañero de Erdogan, Fethullah Gülen –hoy enemigo y exiliado en Estados Unidos-: se suceden los seudoprocesos jurídicos, con evidente descrédito de la democracia turca.

En el plano diplomático, avanza el eje ruso-turco (paradójicamente, confirmado por el asesinato al final del año pasado del embajador en Ankara). La normalización de Siria, ahora respetuosa con el presidente Assad, permite alcanzar objetivos diversos a ambos países: en el caso de Turquía, facilita la lucha contra los kurdos independentistas y una presencia cada vez más fuerte en Oriente Medio. Otra causa, además del inmovilismo jurídico en cuestiones básicas para Bruselas y Estrasburgo, para su alejamiento de la Unión Europea.

 
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