También la UNESCO legisla sobre la historia

No es sólo un problema español, como se ha visto con las leyes penales europeas sobre la Shoah o sobre el llamado genocidio armenio, radicalmente negado por Turquía, como es lógico.

Los debates hispánicos parecieron apaciguados gracias a la ejemplar Transición (pongo adrede la mayúscula, porque la merece como nombre propio histórico). Ayudaron, sin duda, antes y después, los estudios científicos elaborados en universidades anglosajonas. Lástima que también en ese ámbito hayan resurgido unilateralismos, como el protagonizado últimamente por Paul Preston.

Los planteamientos ideológicos, que llevaron en su día a la retirada de Estados Unidos de la organización, con la consiguiente merma económica, se han proyectado ahora sobre Jerusalén, al desligar la colina del antiguo Templo del judaísmo, en notoria negación de una realidad histórica. Ciertamente, el conflicto entre Palestina e Israel viene pasando por alto las resoluciones antiguas o recientes de la ONU. Pero no parece lógico que también las ignore y desprecie una organización internacional consolidada.

De nada ha servido la declaración formal de la Directora de la UNESCO, Irina Bokova. Como si una mayoría de votos fuese suficiente para cambiar la historia. Una vez más, el voluntarismo –en este caso practicado por países de cultura no precisamente “moderna”- se impone a la exigible racionalidad de la acción política y de las normas jurídicas. Su aliado, al menos en España, es el habitual pasotismo de cuño fideísta: salvo falta de información por mi parte, no se explica que el embajador de Madrid se abstuviera en la votación, y nadie haya exigido luego un mínimo de responsabilidad a tamaño dislate.

En septiembre de 2000, la provocadora presencia de Ariel Sharon en la explanada de la mezquita de Al-Aqsa marcó el comienzo de la segunda Intifada. Luego, el gobierno de Israel rectificó, y parece claro que no desea cambiar el status quo, ni lesionar los legítimos derechos de los musulmanes, de modo semejante a las prácticas de libertad religiosa que aplica en el conjunto de los lugares santos de los cristianos.

La política y diplomática búlgara Irina Bokova fue elegida en 2009 como directora general de la UNESCO, y desempeña un segundo mandato desde 2013. Comenzaba su declaración en estos términos: “Como he afirmado en numerosas ocasiones, la más reciente durante la 40ª reunión del Comité del Patrimonio Mundial, Jerusalén es la ciudad sagrada de las tres religiones monoteístas: el judaísmo, el cristianismo y el islam. El lugar fue inscrito en la lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO en reconocimiento de esta diversidad excepcional y de la coexistencia religiosa y cultural”.

Añade que ese patrimonio de una de las ciudades santas por antonomasia en la historia de la humanidad es indivisible: “cada una de sus comunidades tiene derecho al reconocimiento explícito de su historia y su relación con la ciudad. Negar, ocultar o querer borrar una u otra de las tradiciones judía, cristiana o musulmana, pone en peligro la integridad del sitio y va en contra de los motivos que justificaron su inscripción en la Lista del Patrimonio Mundial”.

Sin duda –salvo para los voluntaristas del orbe musulmán que han promovido una decisión más bien antisemita-, en Jerusalén vienen conviviendo pacíficamente las tradiciones y lugares emblemáticos de las tres gran religiones monoteístas. “Estas tradiciones culturales y espirituales –reafirma la directora de la UNESCO- se apoyan en textos y referencias que nos son conocidas a todos y que forman parte integrante de la identidad y la historia de los pueblos”

No será fácil enderezar el entuerto, a pesar de la firme postura de Irina Bokova. Una vez más el orbe musulmán aplica la ley del embudo, con la abstención de países como España, Francia o Italia, aunque en ésta se ha suscitado a posteriori un amplio debate, y el presidente del gobierno Matteo Renzi ha tenido que intervenir en la polémica, aun en términos poco convincentes. Más enérgico ha sido México, que ha destituido fulminantemente a su embajador.

 

Los islamistas exigen la multiculturalidad en Occidente, pero tratan de llevar a los foros mundiales el monolitismo que rige en sus propios países confesionales. Niegan la libertad religiosa donde detentan el poder, y socavan la posibilidad de diálogo, tolerancia y concordia también en organismos internacionales. Jerusalén debería hacer honor a su nombre, y ser portadora de paz, no sólo en Tierra Santa, sino para todo el mundo.

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