Alemania, paradigma de la transformación del trabajo en Europa

El canciller alemán, Olaf Scholz
El canciller alemán, Olaf Scholz

         Mucho se escribe estos días sobre las múltiples consecuencias en el trabajo humano de los acontecimientos que se han ido concatenando en la historia reciente del planeta: especialmente, la pandemia del covid, el confinamiento y el teletrabajo, la gran dimisión a la salida de la epidemia, la crisis económica en tantos países con mayor o menor inflación, los desajustes en las cadenas de producción, el relativo desencanto ante el planeta globalizado y las consecuencias del cambio climático, el progresivo envejecimiento de la población.

         Entre tantas y tan diversas informaciones, cuando seguimos en España con una tasa muy alta de desempleo, no podía imaginar que Alemania había traspasado la simbólica frontera de los dos millones de puestos de trabajo vacantes. Lo relataba el 23 de agosto el corresponsal de Le Monde en Berlín. Arrancaba su crónica con el texto de una oferta laboral de la página web de una cadena hotelera: "recepcionista, jornada completa, de 2.300 a 2.700 euros brutos al mes, 25 días libres al año". Los directivos no consiguen cubrir todos los puestos, ni otros semejantes, como personal de sala de desayunos o trabajadores de mantenimiento. La situación les va a exigir revisar a la baja sus planes de crecimiento empresarial.

         Los problemas de este sector se acentúan en las zonas turísticas, como es bien sabido. Muchos han sufrido ya las consecuencias de la falta de operarios en los aeropuertos. Se anuncia un arranque de curso académico con déficit de profesores, especialmente en la enseñanza no universitaria. Pero, según informes solventes, afecta en Alemania a una de cada dos empresas de todos los sectores.

         Los expertos siguen dando vueltas a las causas del desencanto que ha movido a muchas personas a no volver a los puestos de trabajo que ocupaban antes de la reducción de empleos a causa de la pandemia. Sin duda, están cambiando las motivaciones laborales, como muestra que el mero aumento salarial no resuelve los problemas. Ciertamente, el confinamiento ha puesto de relieve la desatención económica y social hacia tareas esenciales para la sociedad que, sencillamente, están mal pagadas a pesar del gran servicio que prestan. A propósito del déficit de profesores en Francia ante la rentrèe, se comenta que un principiante cobrará 1,2 veces el salario mínimo interprofesional, cuando era 2,3 veces en los años ochenta. 

         Además de los problemas relativos a la disponibilidad de materias primas, la escasez de mano de obra hará más difícil la recuperación económica, así como la atención de tantos servicios personalizados demandados por el funcionamiento de un país desarrollado. Ciertamente, sin los emigrantes no es posible ya la construcción, la atención a los mayores o el cuidado de los más pequeños.

         Así, la coalición que gobierna Alemania se ha propuesto como objetivo prioritario para este año una amplia reforma de las leyes sobre inmigración. Intentan reducir al máximo la excesiva burocratización en materia de permisos de residencia y de trabajo, y tal vez seguir marcando pautas objetivas que faciliten la contratación directa por las empresas. Puede ser un arma tecnocrática de doble filo, pensando también en el daño que se hará a los países de origen.

         De otra parte, el problema se complica con el incremento del número de refugiados y desplazados. De acuerdo con los informes del comisario de Naciones Unidas, en mayo se atravesó otra barrera simbólica: los cien millones en el mundo. A finales de 2021 eran ya 89,3 millones, el doble que hace diez años. Y la crisis alimentaria derivada de la invasión rusa de Ucrania, hará crecer pronto ese número. Bajo el liderazgo de Angela Merkel, Alemania mostró una gran generosidad, aunque sigue abierto el problema de la integración. Algo semejante ahora sucede en Polonia –todo un ejemplo en este capítulo para la Unión Europea-, que afronta con magnanimidad un problema acentuado por la condición mayoritaria de quienes buscan refugio: madres y niños.

         Son muchos los factores que inciden en estas cuestiones. Pero haría falta superar el gran obstáculo derivado del absolutismo de las soberanías nacionales, para unificar en la Unión Europea la legislación sobre refugiados, asilo y emigración. Sobre todo cuando, a tenor de la situación de la frontera entre Serbia y Hungría, miles de personas, tantas como en 2015, intentan llegar a Alemania y Francia.

 
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