Algunos signos positivos sobre la libertad religiosa en el mundo

Religiosos.

Apenas voy a referirme a Estados Unidos, donde una cuestión pacífica desde tiempo inmemorial exige cada vez más intervenciones de los tribunales, porque está de hecho amenazada, especialmente con presidentes demócratas, aunque el actual, por paradoja, sea católico en el país de los wasp. La secretaría de Estado publica anualmente un informe sobre el estado de la libertad religiosa en el mundo, pero también existen problemas domésticos. Poco a poco, la jurisprudencia del Tribunal Supremo va precisando el alcance real de la tantas veces citada primera enmienda. La última sentencia, publicada el 24 de marzo, se refiere a la pena de muerte; en este caso -tras suspender in extremis una ejecución el pasado septiembre en Texas-, reafirma el derecho de los condenados a la presencia de un capellán que pueda rezar en voz alta e, incluso, sostener físicamente con su mano a quien va a morir.

Tampoco deseo detenerme en la perspectiva de las iglesias ortodoxas, en un momento duro, como consecuencia de la invasión de Ucrania por el ejército de Rusia. Mencionaré solo que la vigente ley de libertad religiosa recuerda mucho la situación española antes del Concilio Vaticano II: aunque Rusia no sea un Estado confesional, la iglesia ortodoxa recibe un reconocimiento tan amplio, casi identitario, que las demás confesiones perviven en régimen de tolerancia, no de derecho humano básico. La relativa persecución a otras confesiones se oculta habitualmente bajo las trabas o prohibiciones en materia de ayuda extranjera en favor de ONG de inspiración religiosa no ortodoxa.

El nacionalismo, frecuente en sistemas autoritarios, no niega la libertad a confesiones que no enlazan históricamente con las propias raíces. Así sucede en algunos regímenes políticos, que no gozan precisamente de la estima occidental. Tal vez se puede calificar de mal menor, pero las confesiones cristianas son más libres en la Siria de Assad que en las repúblicas islámicas, y no digamos en la Arabia Saudita aliada de Estados Unidos.

Desde occidente cuesta entender que el presidente sirio Bashar al-Assad se reuniera con representantes de asociaciones católicas e instituciones humanitarias, tras la Conferencia “Iglesia, Casa de la Caridad -Sinodalidad y Coordinación”, celebrada en Damasco del 15 al 17 de marzo. En su intervención subrayó la importancia de esas iniciativas humanitarias, y elogió la asistencia social de instituciones católicas en beneficio del pueblo. Reiteró la antigua ciudadanía de los cristianos en Siria, y la importancia de la defensa de la identidad plural de las naciones de Oriente Medio.

Más compleja es quizá la situación en Egipto, donde periódicamente se siguen produciendo ataques violentos, especialmente en zonas rurales, contra iglesias coptas o personas y actividades de cristianos –por ejemplo, tiendas-; el presidente Abdelfatah Al-Sisi no cesa en la represión de derechos humanos en la lucha política; en cambio, mantiene buenas relaciones con los cristianos, especialmente con la iglesia copta. Su golpe de estado frenó la pujanza de los intolerantes Hermanos Musulmanes, prototipo de ese islam político que, a juicio del Gran Mufti de la República árabe de Egipto, se ha convertido en una pesadilla para los musulmanes y para el mundo entero.

Al contrario, el presidente Al-Sisi confirmaba recientemente su postura a favor de la libertad religiosa, reflejada en el programa de desarrollo urbano intensivo puesto en marcha en Egipto: los planes deberán incluir la construcción de una iglesia, aunque sea reducido el número de bautizados. “Donde hay una mezquita –dijo- debe haber también una iglesia”. Se trata de garantizar que todos los ciudadanos puedan participar con dignidad en las celebraciones, ritos y actividades de su comunidad de fe.

Incluso de Pakistán llegan señales positivas: avanza la lucha contra conversiones forzadas, matrimonios infantiles y abusos contra las mujeres. Así, el Tribunal Superior de Islamabad ha declarado ilegal el matrimonio de menores de 18 años. Refleja el deseo de la sociedad civil de que se cumplan las leyes existentes sobre secuestros y matrimonios forzados, especialmente cuando las víctimas pertenecen a comunidades religiosas minoritarias, de acuerdo con el derecho a la libertad religiosa reconocido en el art. 20 de la Constitución.

No son cuestiones de menor cuantía. A mi entender, la libertad en materia de ideología, religión y creencias (cfr. art. 16 de la CE), es fundamental también para asegurar la paz en el mundo.

 
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