La anormalidad de las nuevas relaciones laborales en el mundo

Imagen de un entorno laboral saludable

Sé que es tarde, pero me gustaría mucho poder trabajar aún en la impresionante reforma del derecho laboral que se intuye en todo el mundo, como consecuencia de la pandemia: ha destapado virtudes y carencias ocultas en viejas y nuevas rutinas.

Hace unos días, el editor de ECD titulaba un comentario con palabras semejantes a éstas: haga algo, señora ministra de Trabajo. Se dirigía a quien ocupa esa cartera, a raíz de notorios fallos en el sistema público de seguridad y asistencia social. Pero no me interesa hoy tanto esa faceta del ordenamiento jurídico, que forma parte de lo que podría llamarse derecho administrativo laboral. No ha dejado de crecer en los últimos tiempos, como consecuencia de la expansión del estado del bienestar y del aumento del intervencionismo. El sistema burocrático llega a asfixiarse, y se nota mucho más en tiempos de crisis.

Me interesan más, hasta el apasionamiento, los cambios profundos en las relaciones laborales que han aflorado también a raíz de la pandemia. Su efecto externo más significativo es quizá el crecimiento del llamado teletrabajo, con sus ventajas e inconvenientes, sobre los que he escrito en otro lugar.

El proceso democratizador ha agudizado, a mi entender, el principio de lealtad dentro de la empresa; la participación de los trabajadores modaliza el poder directivo del empresario que, a mitad del siglo pasado, reflejaba cierta asunción del autoritarismo ambiental, como estudié en mi tesis de doctorado. Hoy, el desempeño de tareas sin presencia física en el centro de trabajo exige replanteamientos, también desde el punto de vista de la cooperación entre las diversas personas implicadas en el desarrollo de los objetivos comunes.

Algunos amenazan ya con nuevas regulaciones. Pueden tener demasiados efectos no deseados, porque resulta imposible establecer criterios racionales que presidan el conjunto de actividades humanas tan diversas. Más bien parece prudente contar con la capacidad de dar a luz una renovada organización por parte de sus protagonistas. Se ha avanzado mucho en la responsabilidad social de la empresa. Pero no es menor, en la práctica –incluso en el sector público- la responsabilidad de los trabajadores.

Permítaseme un desahogo: temo que algunos se aprovechen de la situación para sacar su vena intolerante y sancionadora; suele tratarse de esas personas con mando que no rectifican sus errores, y echan la culpa a los demás: los que decían –desde el Estado, no la empresa- que no eran necesarias mascarillas, y luego establecieron sanciones para quienes no las usaran. Ese tipo de directivo puede introducir en las relaciones laborales exigencias prácticas exageradas, aun amparadas en leyes y contratos colectivos, o en reglamentos de régimen interior, que incluirán nuevas sanciones, hasta el despido. Es el caso de normas preventivas sobre distanciamiento físico o social, o sobre uso indiferenciado de mascarillas.

Más graves parecen las posibles discriminaciones laborales post-virus, a partir de la valoración de trabajos esenciales o trabajadores indispensables, en nombre del interés colectivo. Alguna respuesta positiva deberá dar el sistema ante realidades como la disminución de jornada laboral auténtico ERTE- de quienes han de ocuparse de la atención de hijos pequeños no escolarizables por la pandemia, con especial atención para las familias monoparentales, en las que la carga suele recaer en la madre. No parece justo discriminar en función de las profesiones de los padres..., como se ha hecho ya en países vecinos.

Por otra parte, la evolución social del mundo desarrollado refleja cierta deshumanización de las relaciones personales: se advierte acusadamente en la administración de justicia, en la medicina o en el ámbito de la ayuda a la dependencia y la organización de los correspondiente lugares de residencia, con distintos grados de “medicalización”. Se trataría de hacer un esfuerzo que evite huelgas y manifestaciones, como las que ha sufrido Francia en los últimos años, y no necesariamente como oposición al joven presidente de la República, tan malparado en estos momentos por los resultados de la segunda vuelta de las elecciones municipales del pasado domingo.

En cierto modo, además del intervencionismo antes citado, el derecho laboral moderno ha crecido en términos de confrontación, incluso cuando no se aceptaba el mito marxista de la lucha de clases, hoy carente de sentido: se superó el conflicto colectivo mediante los convenios. La pandemia plantea quizá el reto de construir un nuevo derecho laboral basado en la confianza y en la cooperación.

 
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