La antigua prioridad de la lucha contra el hambre en el mundo

            Viene bien tener esa especie de santoral laico que recuerda grandes causas, como el día mundial de la alimentación, celebrado el pasado 16 de octubre. Da pie a que las grandes instituciones y los medios de comunicación dediquen espacio a problemas pendientes a escala planetaria. No se trata, obviamente, de hacer el juego a ciertas ONG que publican mucho y hacen poco, salvo asegurar un puesto de trabajo a directivos y colaboradores. Algo de esto se advierte también en algunos comités onusianos. Pero la triste realidad es que el desarrollo económico de buena parte del mundo no alcanza a todos, a pesar de los famosos objetivos del milenio, aprobados en la conferencia internacional de Doha el año 2000. Uno era reducir a la mitad en 2015 la proporción de personas que padecían hambre en 1990: está a punto de conseguirse.

            En los últimos diez años se han ido reduciendo las cifras del hambre: en el periodo 2012-2014, 805 millones, 35 menos que entre 2009 y 2011. Desde el comienzo de la última década del siglo XX, el porcentaje de la subalimentación ha pasado del 18,7% al 12,3% de la población mundial; en los países en vías de desarrollo, del 23,4 al 13,5. Por otra parte, siempre según informes de la FAO, del Programa alimentario mundial, y del Fondo internacional de desarrollo agrícola, son ya 63 los países menos desarrollados que han alcanzado el objetivo del milenio, y otros seis están a punto de conseguirlo.

            Pero siguen pendientes muchos problemas, como el del transporte, que permitiría hacer llegar a países del sur excedentes del norte que constituyen un auténtico despilfarro: a pesar de alarmismos obsoletos, se sabe desde hace décadas que el planeta tiene recursos más que suficientes para alimentar a sus pobladores. Lógicamente, no interesa a los agentes financieros que especulan en los mercados de productos agrícolas, también ante el fenómeno del crecimiento de megalópolis en Asia, África y América.

            Como sucede en tantos aspectos del mundo contemporáneo también en este campo se producen hondas paradojas. El proceso de urbanización exige el avance y concentración de industrias agrarias, capaces de conseguir alimentos para esas poblaciones urbanas enormes. Pero, a la vez, parte del problema del hambre deriva de la subsistencia de condicionamientos locales que empobrecen a los pequeños agricultores, principales víctimas de la desnutrición en el tercer mundo: carecen de acceso insuficiente a la tierra, al agua y al crédito; su poder de negociación es exiguo ante los intermediarios, y falta organización para los mercados locales, incluidas infraestructuras regionales de almacenamiento.

            Se comprende la insistencia de la FAO en la importancia de la agricultura familiar. El papa Francisco dio oportuno eco a ese planteamiento en la carta dirigida al Director General de la FAO, José Graziano da Silva: ''Defender a las comunidades rurales frente a las graves amenazas de la acción humana y de los desastres naturales no debería ser sólo una estrategia, sino una acción permanente que favorezca su participación en la toma de decisiones, que ponga a su alcance tecnologías apropiadas y extienda su uso, respetando siempre el medio ambiente. Actuar así puede modificar la forma de llevar a cabo la cooperación internacional y de ayudar a los que pasan hambre o sufren desnutrición. Nunca como en este momento ha necesitado el mundo que las personas y las naciones se unan para superar las divisiones y los conflictos existentes, y sobre todo para buscar vías concretas de salida de una crisis que es global, pero cuyo peso soportan mayormente los pobres”.

            Según el informe de la FAO, corresponde a esa agricultura familiar, que se desea potenciar –también con reformas políticas y convenios internacionales‑, cerca de 570 millones de explotaciones: más de nueve de cada diez.

            De otra parte, no todo se debe fiar a la cooperación internacional. Mucho corresponde a los gobiernos de Estados que no protegen suficientemente los derechos humanos, disimulan al máximo la corrupción o atizan con saña conflictos bélicos regionales, más dañinos que las endémicas sequías: son la causa de hambrunas desaparecidas en zonas de condiciones semejantes. Como recordaba James Tefft, responsable de África dentro de la FAO, resulta esencial el compromiso político de los gobiernos, como se ha visto en Camerún, Angola o Nigeria. Porque, especialmente el continente negro, se debate entre la miseria y la esperanza.

 
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