Aprender de Hong Kong para defender la democracia

Hong Kong.
Hong Kong.

No pensaba escribir sobre el 25º aniversario de la retrocesión de Hong Kong a la República Popular China el 30 de junio de 1997: una decisión posiblemente derivada del cansancio del Reino Unido ante las presiones de Pekín, única razón de la aparente ingenuidad de creer en la promesa de Deng Xiaoping de mantener el estatus de la isla al menos hasta 2047. Se resumía en el conocido principio “un país, dos sistemas”, en el que ya pocos creen, aunque lo repita en su discurso Xi Jinping.

Tal vez la visita del presidente chino a la antigua colonia pretendiera consolidar lo adquirido y, de paso, dar la impresión contra toda evidencia del éxito de su política contra la pandemia, cuando la isla sigue bastante tocada por el virus. La China comunista pasará a la historia por su opacidad en materia de sanidad pública, agravada por el boicot a la investigación de la OMS sobre el origen del covid-19, y la necesidad de recurrir una y otra vez a medidas confinatorias antes la debilidad de su sistema de vacunas.

El colmo del cinismo, a mi entender, es reafirmar la vigencia del criterio de los dos sistemas. Me ha movido a escribir estas líneas. Pero no voy a detenerme a juzgar la actuación de los líderes comunistas chinos: de poco sirve. A sensu contrario, me interesa subrayar algunos valores del mundo democrático occidental, tan denostado por Putin o Jinping. Muestran una energía de futuro imparable, que justifica todo esfuerzo por consolidarlos, porque no son indefectibles. Algunos son irrenunciables, aunque curiosamente también están amenazados por estos pagos. De ahí la necesidad de pugnar por su mantenimiento y mejora.

En primer lugar, desde mi punto de vista, la administración de justicia. En España, por ejemplo, el virus latente se manifiesta en el asedio a instituciones centrales, como el Consejo del poder judicial o el Tribunal Constitucional. No hemos llegado ni mucho menos a los extremos de Hong Kong. Pero no faltan personas destacadas en el campo jurídico que no han dimitido aún, porque piensan en el bien justo que pueden conseguir a pesar de todo. No es el caso de dos jueces británicos del tribunal supremo de Hong Kong: renunciaron hace un par de meses, porque la radicalidad antidemocrática de la llamada ley de seguridad, impuesta por Pekín, les impedía cumplir las funciones para las que fueron nombrado. De otra parte, querían evitar que su continuidad se interpretase como un respaldo a una política contraria a la libertad política y la de expresión, según declaró Robert Reed, antiguo presidente de la corte británica, enviado a Hong Kong tras el pacto de 1997.

En segundo lugar, y a pesar del bullir de las redes sociales, tampoco se pueden lanzar a voleo las campanas en derechos de la información. Hay que seguir luchando por la independencia, especialmente en los medios de comunicación públicos que, a mi entender, apenas tienen sentido en el mundo actual. Unos medios fenecen por falta de credibilidad; otros, por problemas económicos. Pero hace un año, el Apple Daily de Hong Kong moría ahogado, no por falta de ingresos, sino por la prepotencia china, que le aplicó implacablemente la ley de “seguridad nacional”: el dueño y editor, Jimmy Lai, de 73 años, lleva en la cárcel desde 2020, bajo la espada de Damocles de la cadena perpetua... Su delito es el apoyo al movimiento pro democracia y la denuncia de la corrupción comunista.

Un tercer punto –también por desgracia familiar en España- es el intento de modificar la historia desde el poder. Por ejemplo, sólo en Hong Kong se mantenía el memorial de la masacre de la plaza de Tiananmen el 4 de junio de 1989. Las imágenes de televisión dieron la vuelta al mundo, y provocaron más lágrimas aún que la entrada de los tanques soviéticos para sofocar la primavera de Praga. En la antigua colonia británica se recordaba cada año a los centenares de víctimas, hasta su prohibición en 2020 con el pretexto de la prevención de la pandemia; un año después, en aplicación de la ominosa ley de seguridad; hasta llegar a 2022, en que no se autorizó ni celebrar los oficios fúnebres en la catedral católica, y se llegó, incluso, a la detención preventiva ‑breve- del cardenal Joseph Zen, arzobispo emérito de 90 años.

Lord Chris Patten, el último gobernador británico de Hong Kong, gestionó el traspaso de poderes fiado de un rasgo clásico de la cultura china: el cumplimiento de la palabra dada. Pensó que no habría cambios en los cincuenta años pactados. Olvidó quizá que el comunismo arrasa las culturas tradicionales y sus valores éticos. No hace mucho, ya rector de Oxford, lamentaba con cierta nostalgia que no se pudiera confiar en las autoridades de China, como demuestran tantos hechos recientes.

Por eso, en fin, Occidente necesita de veras el mantenimiento de la veracidad como valor esencial de la democracia y, en consecuencia, el de la dimisión política como primera salida de la mentira.

 
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