A la captura del voto de las minorías en Estados Unidos

A menos de tres meses de la elección presidencial, que se promete muy competida, Barack Obama ha puesto en marcha un serio plan para aplazar las deportaciones de casi dos millones de jóvenes inmigrantes “sin papeles”. Se trata de personas de menos de 30 años que, en muchos casos, trabajan o han estudiado en Universidades, pero carecen de un estatuto jurídico permanente.

De hecho, los requisitos esenciales para poder acogerse al programa son: haber llegado a Estados Unidos antes de los 16 años, vivir al menos cinco años seguidos en el país, haber terminado la educación media, estar matriculados en una la universidad o haber servido en el ejército; por supuesto, carecer de antecedentes penales.

En cierto modo, la orden ejecutiva del presidente supone un cambio de ritmo notorio, pues a lo largo del actual mandato se estima que la

Administración Obama ha deportado a más de un millón de inmigrantes, en gran mayoría latinos. Ciertamente el problema es grave, más aún que en otros países desarrollados: se calcula que en Estados Unidos pueden vivir actualmente más de once millones de personas sin la necesaria documentación jurídica.

Aunque está en la mente de todos, los republicanos no han criticado esta medida electoralista, pues también ellos siguen dando vueltas a cómo conseguir en las próximas elecciones el voto hispano (casi ya el 18% del censo). De hecho, como recordaba no hace mucho Marc Bassets, corresponsal de La Vanguardia en Washington, el Tea Party mima a los líderes latinos del Partido Republicano: las bases votan más bien a los demócratas, pero sus dirigentes de mayor relieve son republicanos.

Es el caso de figuras notorias, como el exsecretario de Vivienda Henry Cisneros o el alcalde de Los Ángeles, Antonio Villaraigosa, o los actuales gobernadores de Nevada y Nuevo México (Brian Sandoval y Susana Martínez). La excepción es Julián Castro, reelegido en 2011 como alcalde de San Antonio (Texas), con más del 80% de los votos. Pronunciará el discurso de apertura de la convención demócrata que, en la primera semana de septiembre, en Charlotte (Carolina del norte), renovará su confianza en Barack Obama como candidato presidencial. Como también un cubanoamericano, el senador de Florida Marco Rubio, abrirá la convención republicana a finales de agosto, en la que Mitt Romney aceptará su designación como candidato.

En ese contexto, son cada vez más frecuentes los estudios de la que se puede llamar demografía electoral. No está claro que la medida de Obama para legalizar a inmigrantes influya radicalmente en el voto hispano: lo emiten personas cada vez más integradas en EEUU, y más preocupadas por los problemas comunes –economía, empleo o educación‑ que por cuestiones de identidad más bien superadas.

Algo semejante sucede con la reacción de los llamados afroamericanos respecto de la política favorable del actual presidente hacia la asimilación jurídica de las parejas homosexuales al matrimonio tradicional. Parece claro que el apoyo de la comunidad de color fue decisivo para aupar a Obama hasta la Casa Blanca. Así como que entre ellos las uniones gay no tienen en absoluto la consideración que reciben del conjunto de la población. Sin embargo, hay serios indicios de que no será causa para disminuir su apoyo a Obama en noviembre: puede alcanzar el 87%. Así lo muestran, aunque no son determinantes por el tipo de la muestra, los resultados de un sondeo realizado por “Public Religion Research Institute”, que entrevistó a 810 negros estadounidenses en todo el país. Desde luego, tampoco para ellos se trata de una cuestión prioritaria: preocupa a un 18%, frente al 71% cuya inquietud principal es la economía.

Consciente de que “cuenta” con el voto afroamericano, Obama trató de galvanizar a su favor el de la minoría gay con su defensa pública de las uniones homosexuales. Busca ahora el apoyo de los hispanos. En todo caso, la influencia de éstos será cada vez más decisiva en el futuro, aunque sólo sea por pura aritmética.

 
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