De China llegan señales cargadas de incertidumbre

Bandera de China

         No descubro nada nuevo al referir que los dirigentes chinos manejan con especial eficiencia los silencios, contra los que suelen estrellarse las críticas al sistema: las internas, porque desaparecen, como se ha comprobado recientemente en el caso de la tenista Peng Shuai; las exteriores, por puro agotamiento. Sucedió con los intentos de investigar qué sucedió en Wuhan, epicentro de la tremenda pandemia que sufre el planeta; y se repite estos días con el boicot diplomático, cuando están a punto de comenzar los juegos olímpicos de invierno.

         A pesar de la opacidad del sistema, no dejan de filtrarse informaciones que configuran una imagen distinta del clásico “peligro amarillo”. Se está consolidando el proceso de chinificación, objetivo central del presidente Xi Jinping, pero a un serio precio de los derechos humanos, aunque no lleguen ni mucho menos a las violencias que acompañaron a la revolución cultural de Mao. De momento, las reformas constitucionales le consagran como el nuevo gran timonel que convertiría a China en la primera potencia mundial.

         De entrada, podría dejar paso a la India como país más poblado del planeta. Según una noticia de AFP, con datos del informe anual de la oficina oficial de estadísticas -comenzaron a publicarse en 1978-, se ha alcanzado el nivel más bajo de natalidad desde entonces: 7,52 nacimientos por mil, un punto menos que el año precedente.

         La política del hijo único refleja serios efectos perversos -en el sentido sociológico del término-, aun después de su derogación en 2016: la autorización de dos hijos se amplió a tres en 2021, pero no ha logrado invertir la tendencia. Pesa demasiado, sobre todo, el incremento del coste de la vida, de la vivienda –multiplicada por seis en quince años- y de la educación de los hijos, aspectos que confirman la incoherencia del sistema económico, completamente dirigido por el partido comunista chino. El ritmo del envejecimiento de la población es bastante mayor de lo previsto, con las consecuencias conocidas respecto del futuro económico y social.

         Aunque en occidente crece la crítica intelectual al modelo económico predominante, se suele coincidir en la importancia de las nuevas tecnologías digitales. Normas jurídicas, decisiones administrativas y sentencias judiciales intentan poner orden en esa especie de farwest informático, con evidentes derivas hacia la distorsión de la concurrencia.

         Pekín está siendo más expeditivo, como corresponde a esquemas de gobierno no ajustados al estado de derecho. Se han impuesto duras regulaciones para someter a las grandes empresas tecnológicas, no al imperio de la ley, sino a las directrices del partido. Afectan a las redes sociales, a los videojuegos, al comercio electrónico, a los centros educativos. Ha llevado a despidos masivos, según informaba el corresponsal de Le Monde en Shanghái a mediados de enero. Así, New Oriental, una de las empresas a la cabeza de la educación on line, despidió en el segundo semestre de 2021 a 60.000 empleados. También han sufrido la furia del poder central plataformas de comercio, como Alibaba, o de reparto de alimentos, como Meituan.

         Como es natural, las perspectivas están condicionadas por el rebrotar de la pandemia: China sufre hoy mucho más que los países occidentales, y las duras medidas restrictivas de la movilidad perturban la actividad económica, y dificultan las soluciones para atajar el endeudamiento de sectores como el inmobiliario, al borde de la quiebra. La creación de pymes ha bajado de 13,7 millones en 2019 a 1,3 en los once primeros meses de 2021. Y se han cerrado 4,3 en ese mismo periodo. Sin olvidar que el crecimiento depende más de las exportaciones –algunas afectadas por la falta de materias primas- que del consumo interior –y crecen las dificultades para llegar a fin de mes. Afecta incluso al sector público, como señala el corresponsal de Le Monde en Pekín: fuera de Shanghái, el déficit de ciudades y provincias ha exigido disminuir el sueldo de los funcionarios. De otra parte, serían duras las consecuencias si avanza el proceso de “relocalización” –lo ha comenzado Corea del sur- respecto de fábricas de productos electrónicos, automovilísticos o textiles, hasta ahora situados en China.

         En cuanto al futuro ideológico, no hay síntomas de apertura, a tenor del cierre de la más importante empresa periodística de Hong Kong, que plantea también dudas sobre sus posibilidades de supervivencia económica en Taiwán. Sólo son positivas las noticias de la resistencia de las religiones, a pesar de la chinificación, empeñada en suplantar los valores considerados “occidentales”, además de la fe musulmana de los uigures o la de los budistas del Tíbet. La represión y las tremendas violencias cometidas por Pekín, junto con una influencia positiva de la pandemia, dan lugar paradójicamente a un renacimiento religioso en China, como explica Claude Meyer en su último libro.

 
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