Del compromiso a la abstención en la gente joven

Se habla mucho de la participación de los más jóvenes en las redes sociales, que serían cada vez más influyentes en la configuración de las mentalidades dominantes en la opinión pública. Sucede también en sectores en que no se espera, como desvela Helena Farré Vallejo en Aceprensa: en Estados Unidos las ventas de libros impresos llegaron a 825,7 millones, el nivel más alto desde 2004; una de las razones habría que buscarla en el auge  de plataformas con vídeos breves sobre libros leídos, y especialmente en los últimos tiempos el “Booktok” de TikTok, que va más allá de una gran comunidad de lectores, e influye en las ventas y en los contenidos de las editoriales, con predominio de libros más comerciales.

Sin embargo, cuando llegan las consultas electorales, y se revisan los resultados de las precedentes, bastantes estudios sociológicos detectan la progresiva abstención de ese sector de ciudadanos jóvenes mayores de edad.

Le Monde resumía y comentaba hace poco una encuesta de los sociólogos Olivier Galland et Marc Lazar promovida por el Instituto Montaigne. Ante todo, destacan que el 80% de los de 18 a 24 años están contentos con su vida, pero no se implican en el sistema democrático representativo: el 55% se siente incapaz de indicar qué partido prefiere, porque no tiene suficiente información (36%) o porque ninguno corresponde a sus opciones (19%). 

Curiosamente, aunque la ecología figura entre sus más importantes preocupaciones, apenas uno de cada diez se siente próximo a Ecologie-Les Verts, el primer partido medioambiental. Puede ser porque ese tipo de inquietud, que les lleva a implicarse en ONG o en manifestaciones, incluye el desinterés, la desconfianza respecto de la acción política, que consideran dominada por promesas incumplidas.

El récord de abstención se batió con el 87% de esta franja 18-24 en las elecciones regionales francesas de junio de 2021: una cifra superior a la ya elevada para el conjunto, pues el 66,73% de los electores no acudió a las urnas.

Como suele suceder siempre que se analizan déficits sociales, las miradas se dirigen al sistema educativo, como si fuera responsabilidad de la escuela colmar carencias generales. Los profesores están ya demasiado agobiados para conseguir que los alumnos asimilen los objetivos básicos de conocimientos y habilidades prácticas. Y no parece lógico distraerlos, menos aún a base de reducir tiempo dedicado, por ejemplo, a las Matemáticas, como se advierte estos días en el gran debate sobre los programas reduccionistas del ministerio de Jean Michel Blanquer. Al cabo, la educación cívica –en Francia, la educación republicana para la ciudadanía- depende casi siempre mucho más de ambientes de conjunto, sobre todo el familiar, que de una asignatura concreta que forzosamente no tendrá muchas horas de clase a la semana, y se convertirá en una de aquellas irrelevantes marías.

Ciertamente, las descripciones sociológicas de los problemas no siempre incluyen propuestas de soluciones. Pero, al menos, dan que pensar. Lo he experimentado al leer una información detenida sobre las diversas reacciones de los universitarios estadounidenses ante el fenómeno de la cancel culture, publicada en The Atlantic:

https://www.msn.com/en-us/news/us/what-college-students-really-think-about-cancel-culture/ar-AATsZlE

Parece que son continuos los incidentes relacionados con la libertad de expresión en los campus universitarios. Se manifiestan en expedientes y despidos de profesores, cancelación de conferencias o participación en mesas redondas, o exclusión de asociaciones estudiantiles: casi siempre por apartarse de corrientes y modas políticamente correctas, cada vez más impuestas sin posibilidad de discusión. Muchos profesores y alumnos defienden su carrera académica a base de inhibición y autocensura. 

 

Con frecuencia, los nuevos alumnos no saben cómo reaccionar ante ideas que les parecen ofensivas, tendenciosas o simplemente complejas: porque a veces no es fácil distinguir las fronteras entre la libertad de expresión y el rechazo radical de toda inclusión. La expansión del fenómeno ha llevado a legisladores de diferentes Estados a presentar aproximadamente 81 proyectos de ley desde 2019.

Pero el problema no se resolverá con leyes, mientras permanezcan prejuicios que llevan a esa división radical que no escucha los argumentos ajenos, y que la Casa Blanca viene agudizando, especialmente en los últimos mandatos y en las subsiguientes campañas presidenciales. Por eso, una gran esperanza se deposita en esas decenas de organizaciones de diálogo civil que se van asentando ya en muchas universidades de EEUU. Puede haber declive, pero la sociedad norteamericana no parece haber perdido capacidad de iniciativa ciudadana.

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