El populismo condicionará las políticas de Europa sobre refugiados y el acuerdo con Turquía

El domingo 13 renovaron sus parlamentos los länderalemanes de Baden-Württemberg, Renania-Palatinado y Sajonia-Anhalt. La respuesta de los casi trece millones de electores va a tener una influencia grande en la futura política europea sobre refugiados, tan decisiva en estos momentos también respecto de las relaciones con Turquía. Las encuestas a pie de urnas confirmaron los sondeos previos: las urnas castigan a la gran coalición y dan alas al partido populista de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), que entra por vez primera en esos parlamentos, con su rechazo radical a la inmigración. Se inicia así su camino hacia la presencia en el Bundestag tras las elecciones de septiembre de 2017.

Me interesa aquí señalar el alto precio que paga Angela Merkel, con su generosa actitud ante el fenómeno de refugiados e inmigrantes, muy por encima de la media europea. El castigo electoral afecta a la Coalición Cristianodemócrata (CDU), que retrocede en los tres länder, pero más aún al SPD socialdemócrata, superado por AfD en dos de los tres. Confirma el avance del populismo, como antes en Eslovaquia o Polonia: según los sondeos de la televisión pública, es el segundo partido en Sajonia-Anhalt, el land menos poblado y con mayor tasa de paro (24% de los votos), y tercero en Baden-Württemberg (15%) y Renania-Palatinado (12,4%).

Los resultados afectarán también a las relaciones de la UE con Turquía, que atraviesa un momento de máxima confusión. En línea de principios, Bruselas y Estrasburgo deberían distanciarse de Ankara, como consecuencia de las medidas antidemocráticas adoptadas por el presidente Recep Tayyip Erdogan, culminadas en la intervención pública de medios de comunicación que se oponen a su política, tras las duras sanciones penales a periodistas concretos. Esas decisiones se apartan netamente de las exigencias previstas en los tratados europeos y, más en concreto, en la carta de derechos humanos y sociales.

Pero, ante la avalancha de miles de refugiados que llegan a través de Grecia, con petición de asilo, la UE está dispuesta a establecer un sistema de derivación automática hacia Turquía, donde se atendería a los inmigrantes mientras se resuelven sus demandas de acogida jurídica en los diversos países, de acuerdo con las cuotas establecidas. Como afirmaba Fabrice Leggeri, director de Frontex, la agencia europea de control de fronteras, Turquía dejaría de ser una "autopista hacia Europa".
Alemania aceptó recibir más de un millón de personas en 2015. En cierta medida, provocó un efecto llamada, pues en los dos primeros meses de este año se han producido más de doscientos mil cruces irregulares de las fronteras de la UE, la mitad aproximadamente en barcos que llegaron a diversos puertos y costas del mar Egeo. Las perspectivas climatológicas facilitarán un nuevo incremento con la llegada de la primavera. Las mafias dedicadas al tráfico de seres humanos seguirán empleándose a fondo, no sólo con quienes huyen de la guerra civil de Siria, sino con emigrantes económicos que proceden del África subsahariano y del Magreb. En su afán de beneficios, no dudarán de abrir nuevas vías, por ejemplo, mar Adriático y Albania. Aunque más difícil, no se excluyen viajes hacia Bulgaria por el mar Negro.

El gran obstáculo para encauzar este grave problema -no se puede minimizar, al modo de populistas o demagogos- sigue siendo la falta de una política de migraciones y asilo más o menos unificada a nivel europeo. Importa mucho distinguir entre quienes buscan propiamente asilo, y los inmigrantes por razón económica o laboral. 
Todo se complica con la denuncia del acuerdo alcanzado el 7 de marzo entre Bruselas y Ankara, calificado en diversos foros, incluidos algunos grupos del Parlamento europeo, como contrario al derecho internacional y a las propias normas comunitarias europeas, que prohíben las expulsiones colectivas. Los oponentes subrayan también la inoportunidad de hacer a Turquía concesiones económicas -tres mil millones de euros más- o jurídicas -exención de visas para entrar en Europa-, cuando parece evidente el deterioro de la defensa de los derechos humanos en ese país fronterizo.

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Por lo demás, quedan sin resolver las causas de una parte importante del drama: la incapacidad de occidente para influir positivamente en la solución del conflicto de Siria. No parece muy lógico apoyarse en Turquía, que tiene su parte de responsabilidad en la pervivencia del conflicto, por el aprovechamiento en contra de los kurdos y por el más que probable apoyo al Estado islámico. Y esto, sin mencionar la triste realidad de las condiciones lamentables en que sobreviven muchos refugiados en Turquía.

Guy Verhofstadt, ex primer ministro de Bélgica, presidente del grupo Adle en el Parlamento europeo (Alianza de Demócratas y Liberales por Europa), rechaza con energía la cínica trampa del presidente turco, que supondría beber una copa envenenada, destructora del ordenamiento jurídico construido sobre los escombros de la segunda guerra mundial: “Nos equivocamos si pensamos que Turquía puede sacarnos las castañas del fuego en la crisis de los refugiados. Sólo un enfoque europeo genuino, basado en la solidaridad y la humanidad puede lograr buenos resultados”.

Pero justamente esa línea está en crisis en los principales gobiernos, y en su principal valedor, Alemania, como consecuencia del avance del egoísmo radical de los nuevos populismos. En las urnas germanas del domingo se produjo un castigo a Merkel y al SPD pero, sobre todo, a la Unión Europea.