Sobre la crisis de la democracia en Estados Unidos

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, durante su discurso tras 100 días en el cargo. 29/4/2021
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, durante su discurso tras 100 días en el cargo. 29/4/2021

Existe cierta crisis de la democracia en occidente pero, sobre todo, una crisis de los postulados de muchos grupos de la izquierda –como el partido demócrata en EEUU-, que han perdido sus señas de identidad. Con relativo cinismo ético, presentan sus problemas como causados por otros, para evitar enfrentarse con la propia decadencia, fruto quizá de sus errores al interpretar la realidad de los tiempos. Era su gran atractivo, frente a la clásica miopía de la derecha.

Me molesta especialmente su cinismo en el uso del lenguaje. Refleja un tono desagradable, arrogante, incluso cuando dicen la verdad: dan imagen de perdonavidas. Y la realidad es que, en los tiempos que corren, tan complejos, ninguno deberíamos sentirnos capaces de afirmaciones categóricas. Menos aún, quienes no practican la transparencia en sus acciones públicas.

Los sucesos del Capitolio el ya lejano 6 de enero fueron tercermundistas y antidemocráticos. Pero no me parece tampoco modélica, ni mucho menos, la actual presión liberal –en el sentido americano del término- sobre el Tribunal Supremo: fomenta la desconfianza ante los jueces, porque temen que fallen en contra de sus posiciones.

Desde siempre se habían producido situaciones inquietantes, porque no existe ningún sistema de elección perfecto. Pero se aceptaban las reglas del juego: cubre las vacantes el presidente de la Unión, quien no escogerá lógicamente a quienes sean enemigos declarados de sus convicciones por mucho prestigio jurídico que tenga. Pero la experiencia muestra que –incluso en España- el voto de los jueces constitucionales no es el que se derivaría de sus convicciones personales. Lo señalé ya a propósito de libertad religiosa: sus partidarios han ganado el 81% de las apelaciones en los 16 años de presidencia de John Roberts. Antes, el porcentaje solía rondar el 50%. Pero no siempre se ha unido a la mayoría, y en nueve de trece casos calificados como victoria de los “conservadores”, contaron con la unanimidad de los “liberales” o, al menos con  dos votos más.

La democracia entra en crisis si no se vive la exigencia ética de cumplir los procedimientos. De momento han cambiado. Pero tampoco se ha disuelto la amenaza de aumentar el número de miembros del Tribunal Supremo de Estados Unidos, para diluir la actual mayoría. Por ahora casi todo queda en presiones, con declaraciones contundentes que acaban en los titulares de medios afines.

Hay una semántica significativa en intento de configurar la opinión pública. En un sistema democrático, no hay ley general si no la aprueba la mayoría..., que se presenta como minoritaria por sus oponentes, en ejercicio de cinismo. Así se refleja en titulares respecto de una ley sobre la que pronto deberá decidir el Supremo: “los ‘pro-vida’ han impuesto su ley”, esto es, la mujer queda “desamparada”.

A mi juicio, tan democrática es una asamblea legislativa elegida por sufragio universal, como un Tribunal Supremo configurado según el procedimiento establecido constitucionalmente. Es más, no sabría decidirme por uno o por el otro si me pusieran la daga en el cuello para obligarme a expresar mi preferencia. Por eso, entiendo que la clave del derecho a la vida en Estados Unidos dependa más del Tribunal Supremo que del Congreso. Y entiendo también que las sentencias creativas, no meramente interpretativas, puedan ser reformadas o actualizadas.

La libertad de los jueces no es amenaza, sino garantía de libertad. La división de poderes, y el respeto de cada uno hacia los otros dos, forma parte de una cultura democrática, que está siendo asediada por la polarización política en tantos países del mundo. Por desgracia, los Estados Unidos no son excepción, como tampoco Polonia, Francia o España.

En el caso de América, la satisfacción por la derrota de Trump no puede llevar a endosarle todas las amenazas a la democracia, menos aún las que se han producido este año por decisiones tomadas en la Casa Blanca. Para mí, la lección es clara: apostar siempre por el estado de derecho, y no dejar pasar sin crítica las violaciones, con independencia de sus protagonistas.

 
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