La débil política internacional de España

                        Salvo para algunos recalcitrantes, el primer discurso del rey Felipe ha sido bien valorado, con toda razón. Trató de temas decisivos en momentos delicados para España, con la progresiva destrucción de instituciones que no había sido nada fácil construir, con la endogamia y corrupción propia de una creciente partitocracia, con la difícil recuperación económica o, en fin, con los serios ataques a la unidad del Estado.

                        Hace tiempo que no leía un texto de este género, y me ha parecido bien, sin perjuicio de sugerir a la casa real que contrate un buen corrector de estilo, pues en el texto hay demasiados detalles lingüísticos manifiestamente mejorables. Confieso mi habilidad para descubrir erratas ajenas y no advertir las propias. Pero se repite la conjunción “que” más de sesenta veces; se emplea “bajo” a modo de preposición; se usa plural con “mayoría” como sujeto; o el término “clave”, por base o fundamento; también se reitera “confianza”, sin buscar sinónimos (y queda feo leer “con conf...)”.

                        Más allá del estilo, y dentro del acierto global del discurso, aprecio cierto déficit de reflexión sobre el papel de España en el mundo, al menos desde el punto de vista de la ayuda que puede seguir prestando a conseguir la paz en tantos lugares en conflicto.

                        No me ha extrañado, en cambio, que esa posible carencia no aparezca reflejada, al menos de momento, en editoriales o columnas periodísticas: quizá también porque la prensa está cada vez más imbuida de esa especie de solipsismo de consecuencias quizá fatales. Por eso, me animo a escribir estas líneas, con ánimo positivo.

                        No caeré en tópicos sobre amistades históricas o alianzas de civilizaciones. Pero, sin duda, España puede y debe recuperar protagonismo internacional, más allá de los éxitos deportivos. La propia formación académica del rey –sobre todo, la cultivada en Estados Unidos‑ le ayuda a entender la dimensión global de cuestiones de máximo interés, también para España. Seguro que ha comprobado la efectiva y afectuosa cercanía de su recibimiento en tantos países americanos cuando cumplía misiones oficiales como príncipe de Asturias y representante del Estado nacional.

                        Quizá tenía presente esa realidad cuando afirmaba que somos “una nación respetada y apreciada en el mundo y con una profunda vocación universal, imprescindible para promover nuestra cultura y defender nuestros intereses en un mundo global. Hoy, más que nunca, somos parte fundamental de un proyecto europeo que nos hace más fuertes, más competitivos y más protagonistas de un futuro de integración”.

                        En cambio, parece cuando menos discutible la mención internacional en el contexto de la cuestión catalana. El mundo parece caminar hacia una mayor unión, pero son cada vez más graves los conflictos regionales que implican a las grandes potencias. Y no se puede olvidar que el fenómeno de la globalización va acompañado de un resurgir de los nacionalismos, casi de cuño romántico. No tiene que ser incompatible lo inmediato y más próximo con lo universal: tarea del liderazgo político es quizá armonizar orientaciones quizá sólo aparentemente contrarias, pero que se refuerzan por esos sentimientos y emociones citadas también por el rey en su discurso.

                        Ha crecido manifiestamente la presencia en el mundo de grandes compañías españolas: son, de hecho, multinacionales. La creatividad y capacidad de innovación les ha llevado a salir fuera de nuestras fronteras, como –en otro orden‑ ciudadanos marchan para encontrar trabajo. Crecimiento económico, internacionalidad, movimientos migratorios, resultan elementos de la convivencia global cada vez más importantes: en concreto, emigrantes e inmigrantes merecen un recuerdo, como caso práctico quizá del principio formulado por el Rey: “la economía debe estar siempre al servicio de las personas”.

                        La apertura, dentro y fuera de Europa, junto con la configuración de políticas internacionales ponderadas y atractivas, contribuirán también al fortalecimiento de esas referencias morales, principios éticos y valores cívicos, indispensables –como recuerda el monarca‑ para la regeneración de la vida colectiva.

 

                        Termina un año duro para la paz en el mundo. Muchos soldados del ejército español han pasado la Navidad lejos de sus casas, en misiones humanitarias o de interposición. Ojalá, como escribo también hoy en Religión Confidencial, se resuelvan o disminuyan en 2015 los actuales conflictos.

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