Los derechos humanos no son occidentales, con permiso de Donald Trump

Donald Trump.
Donald Trump.

Ciertamente, las Naciones Unidas no tienen en el Consejo de derechos humanos, con sede en Ginebra desde su creación en 2006, especial timbre de gloria. Presidido en alguna etapa por embajadores de Estados poco respetuosos con las libertades fundamentales, ha originado críticas a lo largo de su corta historia, pero no tanto como para justificar la decisión de Estados Unidos de abandonarlo. En cierto modo, esta decisión confirmaría la sensación de quienes se sienten maltratados –por ejemplo, en los procesos incoados por el Tribunal Penal Internacional de La Haya-, por lo que consideran una visión occidental del hombre, que no respeta suficientemente sus tradiciones culturales.

Me pareció injusta la crítica de la embajadora estadounidense Nikki Haley el pasado junio de que el organismo sirve “únicamente a sus intereses” (como si Jordania tuviera una política anti-Israel). El secretario de Estado confirmó en conferencia de prensa el criterio oficial contra el Consejo, “pobre defensor de los derechos humanos”. Más allá de la campaña “implacable y patológica” contra Israel, o la permisividad hacia países como Venezuela o Cuba, el detonante fue la crítica a las medidas anti-inmigración de Trump, que separaban a hijos de sus padres al cruzar la frontera americana.

Mucha más altura tenía Zeid Ra'ad Al-Hussein, diplomático jordano de 54 años, Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, que acaba de ser sustituido por la ex-presidente de Chile, Michelle Bachelet, al caducar su mandato.

En la última entrevista que conozco, aparecida en Le Monde del 1º de agosto, Al-Hussein, mostraba una visión netamente universalista. La defensa de los derechos humanos es decisiva para encauzar los conflictos actuales, y evitar los futuros, frente a las presiones que se proyectan sobre los derechos universales de la persona: “Aunque hay progresos en algunos países, como la reciente apertura de Etiopía a los derechos civiles y políticos, vemos los terribles crímenes perpetrados por grupos extremistas violentos, el continuo aumento del autoritarismo, la pervivencia de la retórica populista, las mentiras, las verdades a medias y el engaño. Vemos el cuestionamiento de la naturaleza universal de los derechos humanos. Así que es una lucha. El avance del progreso humano ha supuesto siempre ha sido una lucha. Y tengo la sensación de que la acumulación de crisis ha llegado a un punto que la convierte en un problema fundamental”.

De modo especial, insistía en la defensa frente a las amenazas a la universalidad, algo obvio a su juicio, puesto que existen suficientes puntos comunes entre los seres humanos que nos identifican como una especie: nacemos libres todos, con el mismo derecho de acceso a los derechos humanos; todos saben que son inviolables y sólo los violadores se excusan en tradiciones, culturas y circunstancias: “He escuchado los testimonios de víctimas de muchos países, de todos los continentes, y no varía: si has sufrido una pérdida, si un miembro de tu familia ha sido detenido arbitrariamente, si ha desaparecido, si ha sido torturado, si alguien ha sido privado de su vida o de su libertad, el sufrimiento es idéntico”.

Refleja ese mismo criterio Kacem El Ghazzali, representante de la Unión Internacional Humanista y Ética ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, en su defensa de Raif Badawi, un activista encarcelado en Arabia Saudí: “los valores de la Ilustración no pertenecen sólo al ‘hombre blanco’, sino que son universales”. Y señala la paradoja de que Badawi y otros que languidecen en las prisiones saudíes son más fieles a estos valores que algunos occidentales.

El optimismo de Al-Hussein es realista. Piensa que nadie puede decir que exista un gobierno perfecto. Ningún país está totalmente libre de violaciones de los derechos humanos. Afectan tanto a los totalitarios como a los democráticos. Ninguno deja de tener algún tipo de déficit en alguno de los tres que considera criterios fundamentales para medir el comportamiento de un Estado: “¿se discrimina a las personas, se maltrata a la gente, se vive con miedo?”

En esa línea se inscribe el rechazo de los nacionalismos identitarios que juegan con miedos y riesgos de futuro. Esas ideas funcionan a corto plazo, pueden hacer ganar unas elecciones, pero “las consecuencias a largo plazo son catastróficas”: “una vez que el nacionalismo ha echado raíces, la única manera de superarlo es a través del conflicto. No se puede crear un sentido de excepcionalidad o de superioridad en una sociedad y reconocer luego un buen día: ‘nos hemos equivocado, todos somos iguales y tenemos los mismos derechos’. Por eso esa política es extremadamente peligrosa. El regreso del autoritarismo en zonas del mundo que se consideraban comprometidas con las normas democráticas, los derechos civiles y el respeto de los derechos humanos, es profundamente inquietante”. Tiene experiencia personal, porque comenzó su carrera diplomática en la antigua Yugoslavia, y vivió la tragedia “cuando estas ideas se convirtieron en armas”. Aprendió en Yugoslavia a “preferir cometer un error al hablar, en lugar de no decir nada y luego lamentarlo terriblemente”. Y repite a sus colegas de la ONU: “nadie se acordará de ustedes por su silencio”.

Nacionalistas y populistas promueven una humanidad que no da la bienvenida a quien está amenazado por la guerra o la muerte: “Eso es egoísmo. Y será terrible si no nos resistimos”. Desde el universalismo, concluye: “Los defensores de los derechos humanos defienden los derechos de todas las personas. Los otros defienden los derechos de una comunidad particular. Esa es la diferencia. Defender los derechos de una comunidad contra otras comunidades es crear los conflictos de mañana. Las violaciones de los derechos humanos hoy son los conflictos de mañana”.

 

En fin, los derechos humanos deben prevalecer en la lucha contra el terrorismo: “la ley debe aplicarse de forma estricta e inteligente. Debemos respetar los derechos humanos de todos. De lo contrario, con el tiempo, el Estado comienza a parecerse al grupo contra el que lucha”.

Zeid Ra'ad Al-Hussein deja un listón muy alto a Michelle Bachelet.

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