Cuando la suma de los deseos minoritarios se convierte en mayoría igualitaria

El título resulta largo, pero no he sabido recortarlo. Mi idea es recordar algo que empieza a convertirse en tendencia dominante, de incalculables consecuencias para la convivencia democrática. El fenómeno viene a confirmar la falacia de la “mayoría silenciosa”, tan querida y repetida por políticos próximos al populismo.

No hay tal: en un sistema democrático –más aún en tiempos de predominio de las técnicas de difusión audiovisual‑, la mayoría no puede construirse desde el silencio. Éste refleja con demasiada frecuencia el conformismo y la irresponsabilidad de personas instaladas en situaciones confortables, que tal vez no ganaron con su propio trabajo.

Mi reflexión parte de comentarios reiterados ante la reelección de Barack Obama. Se repite hasta la saciedad que construyó su victoria desde la movilización de las minorías. En realidad, no es así: más bien supo dirigirse y encauzar las expectativas de minorías ya movilizadas, activas, sobre todo en temas sociales y éticos de máxima entidad que, por tanto, afectan a la mayoría. Supone una diferencia respecto de iniciativas tipo Tea Party, centradas en cuestiones económicas o en las relaciones entre Estado y sociedad civil.

De todos modos, los resultados numéricos no permiten obtener conclusiones apodícticas, porque esta segunda victoria de Obama ha sido menos amplia que la de 2008: consiguió en torno al 50% de los votos populares, frente al 48% de Mitt Romney; la diferencia fue mayor respecto de John McCain: de 52 a 45,7.

Trabajamos aún con datos no definitivos, pero tendencias y sondeos antes y después del 6 de noviembre indican que el presidente consiguió unir a su favor a diversos segmentos de la población: jóvenes, feministas, negros, latinos. Parece clara la influencia del cambio demográfico, que afecta a las minorías, y alcanza cada vez a mayores porcentajes de la población: los expertos prevén que, en las elecciones de 2020, la proporción de blancos (en Estados Unidos no incluye a los hispanos) cederá espacio ante la tercera parte de votantes negros, latinos o asiáticos, quizá mayoritarios a mediados del siglo XXI.

Según un sondeo a pie de urna del instituto Edison, Mitt Romney ganó de calle entre el electorado blanco. Barack Obama obtuvo sólo el 39% de los votos. Esa proporción se redujo al 25% entre los varones. En cambio, votó por él el 93% de ciudadanos negros, aunque un 2% menos que en 2008), así como el 71% de los hispanos (frente al 31% que obtuvo John McCain en 2008). Incluso, en Florida, las nuevas generaciones procedentes de la inmigración cubana apoyaron la reelección.

Sin duda, como en 2008, la biografía de Barack Obama contribuye a su aceptación por las minorías raciales o geográficas: hijo de madre blanca y padre keniano, pasó su infancia en Indonesia; abandonados por el padre, madre e hijo adolescente vivieron en Hawai; fue adelante en la vida por su lucha y tenacidad personales.

Sus promesas de reconciliación racial e ideológica no se concretaron luego en avances significativos en política migratoria. Lógicamente, debía reiterar ahora su compromiso: subsanará el fallo en un segundo mandato. Aunque con tonos alejados del mesianismo de la campaña anterior, sigue ofreciendo a los inmigrantes que puedan protagonizar el “sueño americano'".

No tengo datos todavía sobre la distribución del voto en función de edad, sexo, nivel de educación y creencias religiosas. Pero hay suficientes indicios para pensar que una mayoría de mujeres, jóvenes, ciudadanos con ingresos medios y modestos, y los menos o nada practicantes de su religión, votó a Obama. En cambio, la gente mayor de 40 años, los profesionales de niveles más altos y los protestantes se decantaron por Romney.

 

En la campaña no dejó de tirar los tejos a las mujeres pro choice y, en general, a las partidarias de la contracepción, de acuerdo con las normas establecidas por las autoridades sanitarias durante el primer mandato. Algo semejante ha sucedido con su apoyo al same-sex marriage, aunque en realidad corresponde a la legislación de cada Estado: buscaba el apoyo de los lobbies gay.

De este modo, las promesas de colmar jurídicamente los deseos de las diversas minorías, en nombre de la igualdad y la no discriminación, caminan hacia “decisiones que tendrán consecuencias enormes sobre nuestra vidas y las de nuestros hijos en los próximos decenios”, afirmó Obama en la convención demócrata de septiembre: ciertamente, exigen una “opción entre dos caminos diferentes para Estados Unidos”. Está por ver si el presidente podrá legislar en esa línea, o simplemente habrá provocado una gran fractura en la sociedad norteamericana.

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