Despertares entre religiones civiles y conspiraciones ocultas

Woke.
Woke.

         Alguna vez, a propósito de los fundamentalismos irracionales, se me ha ido la pluma y he llegado a hablar del laicismo –no laicidad- como una especie de religión civil. En realidad, los abundantes extremismos seculares de nuestro tiempo poco o nada tienen que ver con la auténtica religión: al menos desde la perspectiva judeocristiana, incluye la creencia de que Dios creó al hombre con libre albedrío.

         Aunque no deja de tener su punto de paradoja, ha sido necesario un largo proceso histórico para aceptar jurídicamente la maravilla de la separación de los deberes ante Dios y ante el César: se funden en el ser personal, no en las colectividades, que ofrecen una pluralidad digna de la libertad humana. Aún así, como escribió acertadamente Cesare Cavalleri, y he repetido con ocasión de su muerte, il clericalismo –sobre todo, en las religiones civiles- è duro a morire.

         La plenitud de la autoridad moral no necesita de potestades. Al contrario de esa no lejana conversión de lo políticamente correcto en políticamente impuesto dentro de los diversos “woke” que llegan de EEUU: en realidad, provocan odios destructivos –nada religiosos-, incompatibles con una convivencia democrática pluralista.

         Eso pensaba cuando señalaba la necesidad de un despertar intelectual, frente a la somnolencia que provocan nuevos criterios pedagógicos –más bien tecnocráticos, cuando no se extreman en adoctrinamiento iliberal-, o movimientos identitarios acríticos, que llegan sobre todo de América y se difunden en la economía y en la política de occidente.

         Lo escribí, por ejemplo, a propósito del coloquio de la Sorbona sobre el wokismo. No advertí entonces que en aquel medio centenar de intelectuales prevalecía la denuncia, aun desde ópticas distintas, de los daños causados por ideologías que intentaban imponer un nuevo orden moral en las universidades. No hubo defensores o, al menos, mis fuentes francesas -Le Monde, La Croix- no los tuvieran en cuenta en sus informaciones y comentarios.

         Por eso, me ha llamado la atención el espacio dedicado por el vespertino de París al politólogo francocanadiense Francis Dupuis-Déri, quien analiza a sensu contrario en su último libro las teorías críticas del género o de la raza. El wokismo no sería una amenaza a la libertad académica. Más bien ésta se ve comprometida con su evaluación negativa en medios universitarios, intelectuales y políticos. Por ejemplo, aunque es posterior al libro, cuando la universidad de Stanford ha decidido cancelar el experimento de su Harmful Language List.

         En cierta medida, Dupuis es continuador del sociólogo Stanley Cohen, fallecido en 2013: los medios de comunicación serían responsables del nacimiento de un pánico moral como consecuencia de su información sensacionalista de sucesos anecdóticos asociados a movimientos juveniles contraculturales; así, Donald Reagan y el neoconservadurismo de los ochenta habrían demonizado el feminismo y antirracismo que se expandía por los campus, como si fuera a destruir la civilización occidental. Obviamente, al leer esta tesis resulta inevitable pensar en Vladimir Putin y en su cruzada contra el libertinaje de occidente, con la que ampara su negación a los ciudadanos rusos de derechos humanos básicos y justifica la anexión violenta de Crimea y Ucrania.

         La finura intelectual de quienes han ocupado puestos decisivos en la promoción política de la igualdad, ha suscitado muchas críticas. Las han superado a base de no hacer concesiones, sino más bien acusar a sus opositores de ser sembradores de odios, tergiversaciones y bulos para defender posiciones históricas dominantes: una expresión moderna y zafia del clásico argumento ad hominem.

         En su defensa de los amenazados especialistas académicos, Francis Dupuis-Déri introduce un criterio cuantitativo: en los 4.500 centros universitarios de Estados Unidos sólo hay unos cientos de programas sobre género o racismo; muy pocos en comparación con los 1.700 MBA (postgrados en administración de empresas). Ciertamente, en Europa existen hoy también más programas semejantes a los de las business schols, que sobre género; la problemática de la raza, de momento, se inscribe más bien en el ámbito de la emigración o del deporte.

 

         Pero resulta innegable la presión jurídica y social –incluidas fórmulas lingüísticas fruto también de la ignorancia- que ejercen instancias oficiales y se reflejan en la exigencia de las correspondientes perspectivas en la acción legislativa o de gobierno. En modo alguno puedo compartir la tesis de que significan un enriquecimiento de la libertad, también en la enseñanza y la investigación, de la que debamos alegrarnos. Menos aún que todo sea conspiración de reaccionarios en defensa de supremacías endémicas inconfesables. No hace falta forja para este viaje.

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