La difícil salida de la violencia en México

Confieso que tengo una muy antigua debilidad por México y los mexicanos, en la que han debido de confluir muchos y distintos vectores: desde ser hijo y nieto de buenos republicanos, hasta la convivencia en aulas universitarias españolas con gente de aquella tierra, sin excluir aspectos culturales y religiosos.

Recibí siempre con alegría las noticias que llegaban de allá sobre progreso económico y político: México sería la gran potencia americana después de los States. Y quizá por todo eso me duele cada día más la tremenda tragedia que está provocando el narcotráfico, tras asumir cierto triste relevo de Colombia y otros países de la América central.

En las últimas elecciones, se ha producido un cambio político importante: la vuelta del PRI al poder, con Enrique Peña Nieto. Para algunos suscita esperanzas, en parte por el pragmatismo de esa formación, capaz de combinar conceptos contrapuestos como “revolución” e “instituciones” en el propio nombre del partido. Pero Felipe Calderón deja a comienzos de diciembre una herencia tremenda en materia de seguridad, imposible de asumir “a beneficio de inventario” (compatible con los espléndidos datos en materia de inflación, déficit público o tasa de crecimiento).

Calderón ha puesto especial énfasis desde 2006 en la guerra contra el narcotráfico y las grandes bandas criminales. Pero los datos oficiales del Instituto de estadística mexicano no resisten la metáfora empleada por el presidente: el polvo que aparece cuando se limpia una casa…

En 2011 se han producido 27.199 homicidios; entre 2007 et 2011, hubo un total de 95.632 asesinatos. Podrían llegar a 120.000 durante la presidencia de Calderón, con una penosa tendencia a extenderse a todo tipo de personas y autoridades, y por todo el territorio nacional, más allá de los límites de las regiones conocidas por la mayor implantación del crimen organizado. La tasa de homicidios es actualmente de 24 por 100.000 habitantes en 2011, sólo superada en el conteniente americano por Honduras (82,1), El Salvador (66), (41,4) y Colombia (33,4).

Los analistas certifican el fracaso de la estrategia de la gran batalla dirigida por Calderón, con el apoyo policial, militar y financiero de Estados Unidos. Habría crecido la corrupción respecto de la anterior etapa de gobierno del PRI, y apenas ha mejorado la administración de justicia. Muchas zonas del país no superan la pobreza endémica –se calcula en algo más de siete millones el número de menores de edad analfabetos que abandonaron la escuela primaria‑ y están atenazadas por el terror ante las bandas. Desde luego, la permisividad del norte en materia de compra y tenencia de armas aporta un efecto negativo en el incremento de la violencia al sur de la frontera.

Por otra parte, resulta cada vez más llamativo el déficit de políticas sociales en materia de drogadicción en los países desarrollados –EEUU, Europa‑ que contribuyen con una demanda real y creciente a la difusión del narcotráfico. La correspondiente agencia de la ONU se limita a dejar constancia anualmente del desarrollo del mal, sin apenas proponer auténticas vías de solución de fondo.

Hay que valorar la esperanza de un país joven como México, que está comenzando en cierto modo su aventura democrática moderna, tras romper en 2000 con la encubierta dictadura del PRI. Los avances políticos y económicos son evidentes, a pesar de la terrible lacra de la violencia. “Ni tregua, ni pacto”, aseguró Enrique Peña Nieto en sus primeras declaraciones tras las presidenciales. Su llamada a la reconciliación y a la unidad, como presidente “moderno y responsable”, puede sonar a tópico, pero refleja la necesidad sentida por la inmensa mayoría de los ciudadanos.

Como escribía a comienzos de julio el escritor Enrique Krauze, “cuarenta y nueve millones de personas acudieron a votar, un millón de ciudadanos contó los votos y otro millón supervisó el proceso electoral. La ‘dictadura perfecta’ quedó en el pasado. Lo que vivimos ahora es algo más prosaico y normal: una democracia en construcción. Y nuestras acciones, pronto se verá, irán al alza”.

 

Ciertamente, el pueblo de México se merece mayores compromisos políticos y sociales: sobre todo, el empeño colectivo contra la endémica y letal violencia.

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