Tras la dimisión de Hollande, incógnitas sobre el futuro de la izquierda francesa

Porque las soluciones del quinquenio han resultado más bien ineficaces ante problemas acuciantes de los ciudadanos y, en cambio, han introducido límites a las libertades cívicas, como señalo también hoy en Religión Confidencial.

La decisión, hecha pública el primer día de diciembre –comienzo del plazo de presentación de candidatos para las primarias de la izquierda, hasta el 15 de este mes- denota valentía y honestidad. Al día siguiente se difundió el primer sondeo de opinión: el 82% aprueba la opción del presidente, con un 14% de personas sin criterio formado. Apenas hay diferencias de esa valoración entre los simpatizantes de la izquierda (86%) y de la derecha y centro (88%). Como es natural, se indaga ya por las preferencias ante las primarias organizadas por el partido socialista y sus aliados: en cabeza, el actual jefe de gobierno Manuel Valls (24%), seguido por el más radical Arnaud Montebourg (14%), ex-ministro de economía.

Valls ha elogiado la decisión "de un hombre de Estado", y manifiesta en un comunicado su fidelidad, afecto y respeto hacia Hollande, sin mencionar su eventual candidatura a las primarias del PS (probablemente se haga pública este lunes). Por supuesto, se compromete a defender el balance del quinquenato. Al cabo, ha participado en tareas de gobierno desde 2012, hasta sustituir al primer ministro Jean-Marc Ayrault en 2014.

Emmanuel Macron, otro ex-ministro y candidato a la presidencia, ha señalado también su respeto ante una decisión que califica de valiente y digna, pero no deja de recordar sus desacuerdos con Hollande, aunque asumiera en su momento con lealtad las decisiones del presidente.

En cambio, Yannick Jadot, candidato de la coalición Europe Ecologie-Les Verts, que desplazó inesperadamente a Cécile Duflot –también participante y dimisionaria de un gobierno de Hollande- ha puesto el dedo en la llaga: “deja su campo como un grave herido politraumatizado”. Menciona expresamente las diferencias entre el social-liberalismo de Macron, el republicanismo autoritario de Valls y el patriotismo un tanto obsoleto de Montebourg.

El reto para la izquierda es elaborar un proyecto creíble para una sociedad cada vez más compleja y mejor informada, pero demasiado imbuida de un individualismo pragmático, escéptico ante las grandes ideas. No en vano fue un gran historiador francés, antiguo comunista, quien con datos exhaustivos, enterró la “ilusión” –la irrealidad- marxista. De modo distinto lo ha hecho con el mito del castrismo Régis Debray, bien conocido por sus años en La Habana y luego con el Ché Guevara en Bolivia o con Allende en Chile, hasta la ruptura total en 1989 tras el proceso Ochoa.

En los tiempos de la guerra de Argelia o del Vietnam estadounidense, de dictaduras militares en tantos países, del comienzo de la descolonización en África, sin excluir el mayo del 68, había un espacio para utopías más o menos mesiánicas, superadoras de comunismo y capitalismo. Las tristísimas experiencias del siglo XX, a pesar de inercias a lo Castro y Chaves, han vacunado a los países más avanzados contra el revolucionarismo, aunque no falten las estrellas fugaces de indignados y grillini y el rebrotar de populismos de signo diverso. De hecho, no ganó el domingo el candidato de la extrema derecha a la presidencia de Austria.

Como otros países occidentales, Francia se juega el futuro del Estado del bienestar, aunque menos grave allí en materia de pensiones por sus cifras de natalidad. Se cuestiona cómo sostener y mejorar los sistemas de educación y sanidad; la búsqueda de competitividad en un mundo globalizado que destruye empleos clásicos, no acaba de crear un número suficiente de nuevas ocupaciones, y origina otras desigualdades; sin mencionar tantas otras incógnitas económicas y sociales sobre las que los ciudadanos esperan vías de solución.

Se produce la paradoja de la desconfianza frente a políticos más o menos veteranos, pero sin que surjan iniciativas sólidas en la sociedad civil para la solución de los problemas. Tampoco se trabaja a fondo el medio ambiente y se mantiene el elevado número de centrales nucleares en Francia, a pesar de los discursos sobre energías renovables.

 

Se comprende la postura de Macron, fundador del movimiento En marche! Está decidido a presentarse en abril a la presidencia de la República, pero sin someterse a las primarias. Considera, no sin cierta razón, que estas elecciones más bien van a centrarse en el debate del pasado y no en la construcción del futuro.

Visto desde fuera, parece secundaria la elección de candidato, si no se llega a acuerdos de fondo sobre la identidad de la izquierda. No basta con la alusión genérica al progresismo, demasiado gastada. Ni con promesas cuantitativas de creación de empleo cuando Bruselas exige reducir el déficit público. Ni con el silencio ante el tamaño del Estado, salvo referencias –quizá obsoletas- a la recuperación de soberanía frente a la UE. Necesitarían un programa de futuro atractivo, al menos para frenar al Frente Nacional de Marine Le Pen o a la fortalecida figura de François Fillon, que se disputarán también el voto de clases medias y populares que han dado la espalda al actual socialismo.

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