El drama de los niños soldados en el Tercer Mundo

El culto a la libertad individual y la acción de los lobbies pasan por delante de medidas que tal vez evitarían más pérdidas de vidas humanas.

Contrasta con la capacidad de regular el mercado de las armas en otros países, como ha hecho recientemente la República francesa, con una ley que ha pasado inadvertida, pero puede tener importancia práctica. La norma, aprobada por el Senado el 14 de febrero a partir de directivas europeas, refuerza los actuales mecanismos de seguridad ante la circulación de armas civiles, en particular respecto de la compra a través de Internet. Se excluyen intermediarios, y toda compra debe pasar por un fabricante, que será responsable de comprobar la identidad del comprador, así como sus licencias de adquisición y tenencia. A partir de ahora será también delito la tentativa de adquisición ilegal de armas. En conjunto, la ley se inscribe dentro del esfuerzo europeo por crecer en medidas de ciberseguridad, para evitar asaltos a centros vitales de cada país.

Por contraste, el Tercer Mundo sigue siendo destinatario de armamentos letales fabricados lejos de su territorio, que llegan de modo legal o a través de traficantes fuera de control. La realidad delictiva alcanza dimensiones casi imparables. Pero la ONU no renuncia a intentar frenar, al menos, el doloroso fenómeno de los niños soldados. La cuestión se ha reabierto con motivo de los conflictos en Sudán del sur y la República del Congo, a los que me referí en estas páginas la semana pasada, pero sin mencionar este gravísimo aspecto del problema.

El drama viene de antiguo. La entonces representante de la ONU para la protección de los niños en conflictos bélicos, Olara A. Otunnu, informaba en el curso de verano de la Universidad Complutense de 1999 de que, en los treinta años anteriores se habían reclutado más de dos millones de niños, incluso a partir de diez años. En 1997 se acercaban a 300.000 los menores de 18 años alistados por ejércitos gubernamentales y milicias sublevadas, en guerras civiles del Tercer Mundo, sobre todo, Afganistán, Myanmar (antigua Birmania) y África: increíble pandemia del siglo XX, no del todo separable de ciertos enfoques ideológicos del proceso descolonizador de los sesenta.

Una misión especial de la ONU en R.D. del Congo desveló en 2001 la responsabilidad de Laurent-Désiré Kabila, pero también de los ejércitos de Uganda y Ruanda, llenos de menores, simplemente por ser buenos guerreros: disciplinados, por temor al mando, y sin conciencia del riesgo. Se les solía secuestrar al salir de la escuela o de la iglesia, o cuando iban o volvían al mercado. Se les adiestraba en campamentos clandestinos, con unas condiciones de vida muy duras, que incluían matar a quienes no aguantaban el ritmo, para no dejar huellas de su presencia. La República del Congo seguía a la cabeza en el informe elaborado en 2009 por el consejo de derechos humanos de la ONU (Ginebra), responsable, junto con UNICEF, de resolver un problema casi insoluble.

Según Human Rights Watch, más de 300.000 niños menores de 18 años participan actualmente en conflictos en todo el mundo. La mayoría tienen entre 15 y 18 años, pero hay reclutas de hasta 10 años. Y la tendencia es hacia la disminución de la edad. En el caso de las niñas, el reclutamiento suele ir precedido y acompañado de violaciones.

La agencia de la ONU para la protección de la infancia en los conflictos bélicos estima que decenas de miles de niños siguen siendo reclutados, secuestrados y obligados a luchar o trabajar para grupos militares, paramilitares y fuerzas armadas. El triste fenómeno se produce en las zonas en conflicto, con frecuencia sometidas a acciones incontroladas por la diversidad y movilidad de los contendientes.

Aunque las agencias especializadas de la ONU y diversas ONG multinacionales realizan una meritoria labor, para libertad y reinsertar socialmente a menores, la dura realidad es que en el Tercer Mundo, demasiados niños aprenden a disparar y matar antes que a leer y escribir. Entre los países más afectados por este flagelo figuran en primer plano Sudán del sur y el Congo. Otro aspecto más para recordar el próximo 23 de febrero.

 
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