Las elecciones francesas interesan más a sociólogos y periodistas que a los ciudadanos

            El presidente François Hollande era consciente de que podía recibir un voto de castigo en la primera vuelta de las elecciones municipales del domingo 23 de marzo. Y parte de ese castigo sería la abstención de los electores, que su gobierno trató de evitar por todos los medios. Pero la experiencia francesa muestra una tendencia cada vez más acusada hacia el desinterés ante los comicios. No sé si la abundancia y relativa precisión de los sondeos contribuye a esa ausencia de las urnas ‑¿para qué ir a votar si todo está decidido?‑, unida lógicamente al creciente descrédito de los partidos políticos, especialmente tras los continuos affaires.

            La abstención del 23-M francés fue del 38,72%, una cifra nunca vista en la primera vuelta de unas municipales. Ya en las anteriores de 2008 se había llegado al récord de 33,46%, que aumentó aún, hasta el 34,80% en la segunda vuelta.

            Con esos datos, así como con los bajos niveles de popularidad de Hollande, resultaba inevitable el descenso de los candidatos socialistas. Aporta un balón de oxígeno a la fragmentada derecha, pero no justifica lanzar las  campanas al vuelo, como ha hecho el insaciable Alain Juppé, antiguo primer ministro, ampliamente reelegido como alcalde de Burdeos con casi el 60% de los votos: “Es un rechazo masivo de la política gubernamental –dijo‑, y lamento que el primer ministro no haya valorado aún un mensaje tan claro”.

            Pero nunca es justo transponer los resultados de las elecciones locales “intermedias” –es decir, dos años después de las presidenciales y generales‑ a la situación política global. Menos aún cuando la influencia de la abstención es tan acusada: no se libra tampoco la derecha, ni mucho menos.

            Esa tendencia abstencionista se une al esperado avance de la extrema derecha: el Frente Nacional de Marine Le Pen, contra el que el primer ministro Jean-Marc Ayrault apeló a combatirlo con un Frente Republicano. Pero, a lo largo del siglo XX, Francia ha conocido momentos en que la pasión prevalecía sobre la inteligencia, y daba su adhesión a populismos, como el fuerte pero efímero movimiento poujadista de la IV República.

            Como presagiaban las encuestas, el Frente Nacional ha conseguido progresos espectaculares en muchas ciudades. Fue la formación política más votada en Perpignan, Avignon, Forbach, Béziers, Fréjus o Tarascon; y, por vez primera en la historia, uno de sus candidatos ‑Steeve Briois, secretario general de FN‑ superó el 50% de los votos en una ciudad de 25.000 habitantes: Henin–Beaumont (Pas-de-Calais). En segunda vuelta, el FN estará presente en las “triangulares” que se celebrarán el próximo domingo en 229 ciudades con más de 10.000 habitantes. Ahí se verá si los ciudadanos atienden o no la llamada del primer ministro. Lógico sería que se repitiera el rechazo, como en las presidenciales del 2002, cuando Jean-Marie Le Pen obtuvo más votos que Lionel Jospin en la primera ronca, y el balotaje dio un respaldo casi masivo a Jacques Chirac.

            Dentro del castigo al partido socialista, uno de los resultados más sorprendentes es la primera plaza obtenida en París por la candidata de UMP, antigua portavoz de Nicolas Sarkozy, Nathalie Kosciusko-Morizet. Pero no tiene asegurada la victoria en segunda vuelta frente a la socialista Anne Hidalgo, sobre todo por la fuerza de los ecologistas en la capital. Algo semejante sucede en Estrasburgo o Toulouse, mientras que Marsella permanecerá probablemente en manos de un viejo barón de UMP, Jean-Claude Gaudi, muy por delante del socialista Patrick Mennucci.

            Ante el avance del FN, no faltan reacciones irónicas, como la de Hervé Le Tellier, que escribe a diario su “papel de lija” en la primera de Le Monde:

“El Frente Nacional está a punto de conquistar varias ciudades. Veamos el lado positivo: competentes, como son, significa tantas ciudades que perderán en la próximas municipales”.

 
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