Los electores ante la crisis de la enseñanza en Estados Unidos

Escribo en la víspera de las elecciones del día 8 en Estados Unidos, tremendamente polarizadas. Parecía que la polémica de las “dos Españas” era algo diferencial de Iberia. Pero la evolución de la cultura occidental muestra una semejante capacidad de división en muchos países democráticos hacia los que mirábamos con envidia en tiempos de juventud. Basta pensar en recientes resultados electorales de Francia, Italia o Dinamarca; o Colombia, Chile y Brasil; sin olvidar a la que algunos llaman irónicamente Britalia, por sus tres primeros ministros en lo que va de año.

No parece que el coloso norteamericano vaya acabar en otra guerra civil, como en la segunda mitad del XIX. Pero las espadas no pueden estar más en alto, afiladas desde la derrota de Trump hace dos años y la invasión del Capitolio. Lejos de mí defender a los negacionistas trumpianos, pero resulta casi forzoso admitir que el peculiar sistema electoral de Estados Unidos –de modo particular en materia de voto por correo- dista de reflejar el rigor y la eficacia proverbial de ese gran país. A pesar de aquello, los sondeos de opinión vienen reflejando la evolución negativa de la popularidad del presidente Biden, y la tendencia hacia la mayoría republicana en las dos cámaras legislativas.

El miedo a perder poder puede justificar los mensajes radicales enviados desde la Casa Blanca: como si estuviera mandando, no el grueso del partido demócrata, sino su ala radical. Y ese temor explica también la cínica y habitual apelación a la democracia en sí, como valor que sólo ellos defienden: una identificación casi mística del partido con el Estado, que evoca los tiempos gloriosos de las monarquías imperiales europeas: - El Estado soy yo...

En su dramático discurso del día 2, Joe Biden asustaba a los electores: “la democracia está en peligro”. En rigor, en un país partido en dos, está en juego la cultura liberal, en el sentido americano de este término, más allá hoy del sentido clásico de estos comicios, que suelen ser como una evaluación de la presidencia en sus dos primeros años.

No soy especialista, pero tengo la impresión de que, en la campaña electoral que ahora termina, no se ha abordado a fondo -salvo en algunos lugares- uno de los problemas serios de Estados Unidos: la crisis educativa, que la pandemia ha puesto de relieve a gran escala. Ha sido muy fuerte la reacción de los padres de familia frente a las juntas escolares y, sobre todo, contra las poderosas Unions –sindicatos- de maestros. Se ha unido al desconcierto universitario ante la invasión iliberal de los diversos despertares, la caída del número de estudiantes o los efectos no deseados de la discriminación positiva. La Casa Blanca ha dado la impresión de querer tapar los problemas de fondo acudiendo al recurso de inyectar dinero para aumentar sueldos y condonar préstamos universitarios...

Pero no deja de subir la inflación. La economía es la principal preocupación de los ciudadanos. Y esa inquietud se agranda en los padres ante las dificultades pecuniarias para dar a sus hijos la mejor educación posible. Ciertamente, diversos estados han aprobado medidas para facilitar a la familia la elección de escuela, evitando discriminaciones por razones económicas, en contraste con la postura liberal, que tiende a centrar todo en la escuela pública, salvo cuando se trata de las grandes e influyentes universidades.

De ahí la posición de los republicanos que han adoptado medidas de ayuda económica a la familia, como en Virginia, más allá de la figura ya experimentada de las charter scholls. La crisis de la enseñanza básica (la K-12), se ha agudizada durante la pandemia: la burocracia política y los compromisos ideológicos de los sindicatos –normalmente en apoyo del partido demócrata e, incluso, de su ala más radical- han olvidado o puesto en sordina las dificultades de los padres, y especialmente de las familias que pertenecen a las amplias minorías afroamericanas, hispanas y asiáticas.

Mientras Joe Biden promete una ley federal sobre aborto, casi todos los candidatos republicanos propugnan medidas para ayudar a las familias en la educación de los hijos, y apoyan su reacción contra la politización de la escuela. Unos y otros adoptan criterios radicales contrapuestos ante los grandes temas que configuran la actual guerra cultural de Estados Unidos. Y, como suele suceder, la izquierda se presenta como víctima ante los profesores que se defienden de lo que consideran imposición doctrinaria contraria a las libertades básicas constitucionales. Y viceversa. Será un tema más decisivo de lo que parece en los comicios de este primer martes después del primer lunes de noviembre.

 
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