Dos experiencias sobre discriminación en universidades americanas

Pero dista de ser asunto pacífico en el debate político y académico. La cultura dominante favorece a la vez la igualdad y la diversidad: permite estar a favor o en contra de las excepciones para favorecer a minorías quizá injustamente valoradas.

Se comprende la lentitud del Tribunal Supremo ante los casos planteados por una cuestión abierta. Igualdad y discriminación son términos demasiado complejos, para encerrarse en estereotipos al uso. Y algunas informaciones recientes, a las que me referiré en estas líneas, confirman la imposibilidad de zanjar las cosas de un plumazo.

No sé qué pensará el sociólogo de Princeton Frank Dobbin, que publicó en 2009 un gran estudio sobre la igualdad de oportunidades en Estados Unidos, desde la gran batalla de John Kennedy a favor de los derechos civiles. El primer presidente católico no definió explícitamente lo que se debía hacer, ni dio competencia a ninguna autoridad para supervisar la aplicación del principio. Pero creó un gran clima favorable.

Se trataba de superar el planteamiento heredado de la revolución industrial del siglo XIX: el trabajo se organizaba según criterios de raza y sexo. Ni el desarrollo del taylorismo ni el de los sindicatos desde los comienzos del siglo XX había cambiado el statu quo, porque el reconocimiento del mérito individual se limitaba a los hombres blancos. En las empresas se impuso poco a poco una nueva racionalidad, que agilizó los procedimientos de selección de personal -y de retribución- en términos de eficiencia y modernidad. En todo caso, cuando la discriminación positiva llegaba a la admisión de alumnos universitarios, se rechazaba ya en las empresas, como algo contrario a la meritocracia.

Según un reportaje reciente del New York Times, la affirmative action ha cambiado poco la faz del alumnado de las mejores universidades americanas. Es más, negros e hispanos están hoy menos representados –en proporción al conjunto de la población- que en 1980 en las cien mejores instituciones. Entre los novatos de primero sólo hay un 6% de negros –un porcentaje estabilizado-, frente al 15% total de personas de su edad. Ha aumentado en cambio la proporción de hispanos hasta el 13%, pero inferior al 22% de sus coetáneos en el país. Incluso en las universidades de la Ivy League y de las públicas de más prestigio, ha crecido la brecha desde 1980: la menor representación de estudiantes de color y de hispanos, ha crecido en tres y seis puntos, respectivamente.

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Estos datos son compatibles con la mejora global de las minorías en el conjunto de la enseñanza superior, cuando la aplicación de la acción positiva sigue siendo motivo de litigios. No se puede olvidar que las desigualdades vienen de antes, de la enseñanza previa, tan influida por la desestructuración familiar y la excesiva monoparentalidad en la población de color. Derogada en el Estado de California, la proporción ha bajado al 15% (el 21% si se cuenta a los estudiantes "multirraciales", una categoría introducida en 2008).

Si las diferencias son desfavorables racialmente, la situación es completamente distinta respecto del sexo, porque parece imparable el predominio femenino. El caso límite lo representaría la Universidad de Carlow: tiene seis veces más alumnas que alumnos; aunque sin llegar al extremo de esta universidad católica de Pittsburgh -durante mucho tiempo reservada a alumnas-, el fenómeno está muy extendido, según un informe de Courrier Expat, una página creada por Courrier International dirigida a franceses en el exterior y a candidatos a expatriarse.

En el conjunto de Estados Unidos las universitarias representan ya más del 56% de los estudiantes. La tendencia se amplía cada año, como en los demás países la OCDE: según The Guardian, este año en las universidades británicas ingresa un 56% de chicas.

Se comienza a hablar de una nueva minoría en los campus universitarios: los varones. Y los Colleges yanquis han comenzado a crear estructuras de apoyo didáctico dirigidas específicamente a los chicos, y a marcarse el objetivo de promover más admisiones masculinas, por ejemplo, a través de la excelencia deportiva... Sobre el problema inciden también otras tendencias actuales, como el descenso general de las matrículas, la feroz competencia entre las instituciones y las campañas que presentan a los bachilleres de la América profunda alternativas a la educación superior.

Como puede verse, no todo es ideología en la lucha contra las discriminaciones.