A falta de políticas sociales, viva la igualdad formal

No sé si en las Facultades universitarias se seguirá estudiando el contraste entre libertades formales y reales tan presente en la mitad del siglo XX. En el fondo, como se vería con el tiempo, ocultaba una "ilusión", tan bien descrita por François Furet años después. El bien absoluto estaba tras el telón de acero, que construía un hombre nuevo y una nueva sociedad, lejos de los formalismos más o menos diseñados por la Ilustración. Pero pronto se vio que era un gran fraude, como el que reitera ahora Vattimo, con su conversión del pensamiento débil a un no menos débil comunismo igualitario.

Surgen estas leves reflexiones tras leer la entrevista a Marisol Touraine, ministra francesa de asuntos sociales y sanidad, publicada en La Vie. Tenía curiosidad al ver que una ministra de Hollande usase ese hispánico nombre de pila. Comprobé mi hipótesis a través del omniabarcante Google, pues recordaba al sociólogo francés Alain Touraine en sus años de trabajo a favor del Chile de Allende: efectivamente, Marisol es hija suya, y su madre chilena murió hace años.

Los autores de la entrevista la resumen en un título significativo: "El papel de la izquierda es traducir las aspiraciones a la igualdad". Ciertamente, como escribe Dominique Quinio en un reciente editorial de La Croix, el partido socialista tiene serias dificultades en su política social, no consigue que la economía recupere tono vital, aumenta el desempleo y los cierres de empresas. Ha encontrado el contrapunto en la movilización en materia de costumbres sociales, comenzando por la apertura a todos del matrimonio y la adopcion, con la consiguiente supresión del "padre" y de la "madre" en el famoso Código de Napoleón (y en todos los demás, que son muchos en Francia). También se plantea la reforma bioética, para autorizar la investigaciones con embriones, y tal vez la eutanasia... Marcaría así la "diferencia", aunque todo se fundamente en la igualdad.

Así sucede con el proyecto de ley sobre el matrimonio para todos, aunque le falte conceder el derecho a la procreación médicamente asistida en parejas no heterosexuales. De momento, a juicio de Marisol Touraine, se conseguirá un gran paso adelante para la igualdad, dentro de las expectativas de una sociedad cambiante. El cuerpo social evoluciona y se transforma, y no puede ser definido por un orden impuesto desde el exterior.

Para los entrevistadores, eso supone dejar la sociedad en manos del individuo y sus deseos personales. La ministra lo niega. La ley manifestaría un orden colectivo, al expresar lo que es posible y lo que no lo es. Frente a imposiciones externas, tiene que encontrar el equilibrio entre el interés general y las expectativas de los individuos. No le parece responsable dejar que vivan como les plazca, sin que sus opciones sean reconocidas por la sociedad: ésta debe aceptar la evolución en temas decisivos, reconociéndola, protegiéndola, ordenándola. La ley seguiría a la realidad social que, en el fondo, es tanto como plegar el derecho a las demandas que bullen en el ambiente.

Las contradicciones son abundantes. Por ejemplo, para negar a las parejas de varones un derecho que se concede a las mujeres, Touraine afirma que "la igualdad no es desconocer la diversidad de las situaciones. Un hombre no es una mujer, una mujer no es un hombre". Pero como ése es justamente un argumento de los adversarios del matrimonio para todos, lanza una frase apodíctica: "nada dice que el matrimonio deba unir a un hombre y una mujer".

Ante cuestiones tan delicadas como la eutanasia, la respuesta reitera la línea de preguntarse sobre lo que la sociedad exige. Es preciso abordar la variedad de situaciones, para comprender y respetar las correspondientes soluciones: "¿en nombre de qué deberíamos juzgarlas?" Pero luego, ante ciertos temas, aplica principios de fondo como la negativa a la mercantilización del ser vivo o la protección de la dignidad de la persona.

Y, desde luego, no acepta de buen grado la intervención de las religiones en los grandes debates del momento, porque serían solo "convicciones privadas". El repicar de campanas el día de las manifestaciones contra el "matrimonio para todos", se opondría a la laicidad republicana...

No consigo traducir al castellano los términos "sociétal" y "social", que la ministra querría conciliar. Pero, en realidad, cuando aflora la grave crisis "social" del Estado del bienestar, no parece que el futuro de la socialdemocracia deba discurrir por la reforma de identidades "sociales" básicas, en nombre de una igualdad formal que no responde a la complejidad de los tiempos.

 
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