Un fin de año agitado en Turquía

            No es fácil determinar el momento de inflexión en el declive del primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan. Su popularidad ha caído a lo largo de 2013, y ha perdido casi definitivamente el hálito de islamismo moderado de que gozaba en muchos foros. A las primeras dificultades políticas de entidad en la calle, mostró una veta autoritaria más conforme con sus creencias, a juicio de tantos otros. Se comprende la prudencia mantenida hasta ahora por la diplomacia europea ante la eventual integración de Turquía en la UE.

            El viernes 27 de diciembre volvieron a producirse serios enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas de seguridad en torno a la plaza de Taksim en Estambul, y en el centro de Ankara. Se exigía la dimisión de Erdogan, en consonancia con la presentada por miembros del ejecutivo tras las denuncias de corrupción. La policía había llevado la investigación en secreto durante meses, hasta hacerse público el número y condición de varias decenas de personas, algunas muy próximas a la cúpula del poder.

            En el centro del escándalo aparece el banco estatal Halkbank, que habría realizado ventas ilegales de oro a Irán, a cambio de petróleo, a pesar del embargo internacional. A la vez, personas cercanas al gobierno se habrían lucrado con su participación activa en especulaciones urbanísticas y concesión de licencias de construcción: con el supuesto conocimiento de Erdogan, según denunció uno de los ministros que acaban de dimitir.

            La dimensión del escándalo hace pensar que no servirá quizá, como en crisis precedentes, la apelación a la teoría del complot internacional, ni tampoco a baños de masas en el aeropuerto de Ankara, al regreso de giras de Erdogan. Porque se atisba un deficiente funcionamiento de la justicia y del poder judicial, por las presiones directas del ejecutivo en intento de tapar el caso, en contra de criterios claros del Tribunal Constitucional y del Consejo Superior del Poder Judicial, acusados por el propio Erdogan de haber delinquido; en realidad, defendían la independencia de los jueces prevista en la Constitución turca.

            Ese intento de controlar la administración de justicia muestra quizá una batalla interna dentro del partido de Erdogan (Partido de Justicia y Desarrollo, AKP), como consecuencia de la excesiva fuerza en el sector judicial y policial de personas inspiradas por Fetullah Gülen, predicador exiliado en Estados Unidos desde 1999. Se acusa a su movimiento, Hizmet, de haber creado una especie de Estado dentro del Estado, justamente por su influencia entre jueces, fiscales y policías. Sin citarle expresamente, Erdogan imputó las redadas a "bandas que actúan bajo el manto de la religión". Por su parte, Gülen condenaba desde Pensilvania a quienes "persiguen a los que intentan atrapar a un ladrón". De todos modos, no se puede olvidar su apoyo activo en la anterior pugna con el predominio militar en la vida pública turca. Otra cosa es que no quiera dejar expedito el camino de Erdogan hacia la presidencia de la República: será candidato en agosto de 2014, en las primeras elecciones presidenciales por sufragio universal.

            De momento, la crisis pasa factura a Turquía en la Bolsa, con una caída sin precedentes de la moneda nacional frente al euro y el dólar, dentro de un 7% de inflación. Los signos de la desaceleración económica parecen graves. La cuestión kurda y las relaciones con Europa están en dique seco. Se unen a reveses sufridos por Erdogan en las crisis internacionales de la región –donde se ha distanciado de EEUU por su apoyo a los Hermanos Musulmanes y otros movimientos islamistas‑, así como a la crítica continua de los partidarios de no perder el clima de laicidad ganado en 1923 por la revolución de Kemal Atartuk.

            La deriva hacia el autoritarismo puede jugar a Erdogan una mala pasada: su prestigio decae poco a poco en un pueblo especialmente rebelde en los ámbitos urbanos, con una clase media en crecimiento y una influencia cada vez mayor sobre la mayoría rural. Según un editorial de Le Monde, 27-12-2013, se tambalea el “modelo turco”, como vía de modernidad en el mundo árabe-musulmán, alianza de la democracia y el capitalismo, bajo la dirección de un partido islámico-conservador próximo a EEUU.

 
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