Una fisura en la ética pública del norte de Europa

Danske Bank.
Danske Bank.

Ante la difusión de nuevos casos de amplia corrupción en las instituciones financieras de algunos países del norte, no debería alegrarme, porque suceden en culturas tantas veces ensalzadas por su gran ética pública. Solía pensar que las leyes contra fraudes y corrupciones eran poco eficaces en tierras latinas, como si tuviéramos una especial habilidad para la picaresca y la corruptela. Incluso, nos enorgullecíamos de ser más listos que los del norte, o les reprochábamos su puritanismo. Pero ya se ve que somos casi de la misma pasta.

Recuerdo una visita rápida hace muchos años a Colonia, por razón de trabajo. En los pocos ratos libres puede contemplar la maravilla de su catedral gótica, y pasear por el verde campus de la Universidad de Bonn un domingo por la mañana. Para mi gran sorpresa, estaba tan sucio como el antes llamado paraninfo de la Complutense después de un viernes de primavera. Mi anfitrión me explicó dos cosas: una, que allí se reunían los sábados los nacionales de no sé qué país americano; otra, que no fuese ingenuo: los germánicos no eran virtuosos por naturaleza, sino porque las sanciones a los actos socialmente negativos eran tan fuertes, que no les compensaba transgredir las normas.

Lo he pensado al ver las reacciones en la opinión pública ante un caso que afecta a Dinamarca, país que ha liderado tantos años la clasificación mundial del índice de percepción de la corrupción de Transparency International, la conocida ONG que batalla desde Berlín por la limpieza en este campo de la actividad humana. Como titula Le Monde en su edición digital del 30 de octubre, La Scandinavie touchée par un scandale bancaire. Protagonistas: Danske Bank, principal banco danés y la institución financiera escandinava Nordea.

El diario francés resume el informe de un bufete de abogados, encargado por el Danske Bank de esclarecer uno de los mayores casos de blanqueo de capitales en Europa. Nordea, el principal banco de Escandinavia, parece relacionado con la filial estonia del Danske Bank, sospechosa de haber cubierto, entre 2007 y 2014, el tránsito de 200.000 millones de euros sospechosos procedentes de Rusia y del antiguo bloque soviético. De hecho, la fiscalía sueca ha presentado una querella contra Nordea por fraude, falsificación y blanqueo.

En el origen de las acusaciones estaría el fondo británico Hermitage Capital. El inversor, especializado en el seguimiento de los flujos de capital que provienen de Rusia, afirma haber identificado 365 cuentas en Suecia, Dinamarca, Finlandia y Noruega, a través de las cuales se han transferido millones de euros, a través de la sucursal estonia del Danske Bank y del banco lituano Ukio Bank. Seguirían luego informaciones sobre centenares de cuentas de la sucursal finlandesa de Nordea. No sé si quedará todo en “caza de brujas”, como lamenta el director general de Nordea.

Habrá que esperar al resultado de las investigaciones judiciales danesas, estonias y británicas, aunque de momento la autoridad danesa de mercados financieros le ha pedido que reserve 10.000 millones de coronas suecas (1.340 millones de euros) para asegurar su solvencia. La autoridad reguladora afirmó que el banco no habría "respetado históricamente sus obligaciones en materia de blanqueo de capitales", con la consiguiente caída en bolsa y pérdida de clientes.

El caso viene a añadirse al CumEx, una investigación de periodistas alemanes, publicada en diversos medios europeos: en los últimos quince años se habrían robado 55.000 millones de euros a varios Estados de la Unión Europea -entre otros Alemania, Dinamarca y Francia-, por parte de auténticas bandas que operan en los mercados financieros: un caso de fraude y evasión fiscal sin precedentes en su forma y en su alcance, diseñado no sólo para evadir impuestos, sino para transformar la carga fiscal en fuente de beneficios, aprovechando la inmensa rapidez de las transacciones electrónicas. Todo, mientras el Estado alemán pensaba haber zanjado el fraude mediante una ley especial de 2007. Por paradoja, justamente en Berlín, a finales de 2014, más de 80 países sellaron con un acuerdo su compromiso contra la evasión fiscal: no sólo las grandes potencias del G-20, sino bastantes pequeños paraísos fiscales, como Liechtenstein o las Islas Vírgenes.

Entretanto Dinamarca está sacudida por un fuerte shock: “Si no podemos confiar en nuestro sistema financiero, provocará una desconfianza general sobre el funcionamiento de nuestra sociedad", advirtió recientemente el primer ministro Lars Lokke Rasmussen. En el fondo, confirma la necesidad de profundizar en la ética personal, más que en leyes, como las que propone la Eurocámara: endurecer las sanciones por fraude, multiplicando por ocho las multas por blanqueo de dinero.

 
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